Esto que enseguida les cuento ocurrió la mañana del martes 23 de octubre, la víspera es decir, en una sucursal de Bancomer en la zona de Tecamachalco. Aclaro
que sólo trataré de describir el episodio bancario. Omitiré por esta vez una opinión personal para referir sólo hechos. Según los clásicos, los hechos son sagrados y las opiniones libres.
Un hombre de buena apariencia para sus 80 años, según escuché de él mismo cuando hablaba por teléfono con un ejecutivo bancario, reclamaba con voz trémula “la exigencia criminal e inhumana” de Bancomer para que saldara dos mil pesos de intereses ante el incumplimiento del pago de 15 pesos. Como lee.
“Por Dios, señorita, usted debe entender que el pago de dos mil pesos por incumplir, debido a un error involuntario, es una canallada”, argumentó el hombre al teléfono. “No, no me diga que el sistema”, insistía el hombre casi a punto de la ira.
Explicó que en tres exposiciones recién pagó a Bancomer un total de 48 mil pesos. Argumentó que el pago de ese monto lo hizo incluso antes de la fecha límite establecida por el banco y que en consecuencia debía considerarse el caso una omisión involuntaria. ¿Cómo voy a pagar dos mil pesos por la falta de un pago de 15 pesos”, insistió el hombre al teléfono.
Pero sus argumentos, aun cuando fueron escuchados de nueva cuenta por otra ejecutiva, no valieron de nada.
“Oiga, señorita, -insistió- esto es inhumano”. De nada valió tampoco el argumento o consideración.
Casi al punto de la desesperación, el hombre hizo ver su edad. “Soy un hombre de la tercera edad, tengo 80 años y no se vale que por un faltante de 15 pesos me obliguen a pagar dos mil”. Insistió: “Por Dios, no me diga que el sistema. ¿Acaso no es usted un ser humano?” soltó.
Se deduce que la ejecutiva bancaria se mantuvo inamovible en su argumentación porque el hombre, después de casi 20 minutos de conversación infructuosa, deslizó su último recurso:
“Pues no voy a pagarles y voy a ir a la Condusef, así pierda mucho tiempo. Ah, también retiraré mis inversiones y mis cuentas y le diré a mi familia que haga lo mismo. Esto es un abuso y un crimen, muy inhumanos”, arremetió con voz punzante y trémula.
Pidió el nombre de la ejecutiva al otro lado del teléfono. Tomó nota de manera arrebatada, pero sobre todo colmado de frustración y colgó el aparato. Lanzó una mirada a su alrededor cargada de enojo e ira y aceleró el paso para salir del local bancario. Antes de salir me miró con unos ojos que clamaban solidaridad y conmiseración. Sólo atiné a decirle: “comprendo su situación. Ojalá pueda resolverla. Lamento tanto que las empresas vandalicen a sus clientes. Qué pena”. Y se fue.
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