La historia entera de la ciudad de México inicia asociada al agua. Fue en un islote rodeado por agua donde los antiguos mexicas decidieron fundar en el siglo xiv la
gran urbe luego de hallar la señal prometida: un águila devorando una serpiente. Las primeras crónicas españolas describieron más tarde a México-Tenochtitlan como un “hermoso joyel prendido a las aguas”.
Sabemos que los antiguos mexicanos se desarrollaron gracias en parte al sistema de chinampas y los pochtecas hacían comercio a través del agua. No fue casualidad que el agrimensor ibérico Alonso García y Bravo aprovechara la traza antigua de carácter reticular en la urbe novohispana por excelencia.
Tampoco lo es que debido a su ubicación dentro de una cuenca cerrada endorreica, o una gran olla para decirlo coloquialmente, la ciudad de México registrara también a lo largo de su prolongada historia inundaciones devastadoras que la arrasaron y cobraron numerosas vidas, la peor quizá de ellas la del siglo xvii. De allí los acueductos y las zonas de desfogue cuyos restos aún en parte se preservan. Del agua y su historia paralela a la gran ciudad de México también surgió el uso del tezontle en numerosas construcciones urbanas, un material ideal y muy empleado gracias a sus propiedades de porosidad y liviandad.
Muchísimas cosas más podrían recordarse de las tantas investigadas y escritas sobre el agua en la ciudad de México. En los días que siguen los residentes de la ciudad de México, la tatarabuela de México-Tenochtitlan como la nombró el historiador Arturo Sotomayor (qepd), estaremos expuestos a una severa etapa de escasez del líquido, vital como ningún otro para la vida. Las razones técnicas de este estiaje inducido ya las han brindado las autoridades. Sobra en consecuencia abundar en ellas.
Mas esta severa escasez del líquido debe sí en cambio ratificar la urgencia capitalina y aún nacional sobre el cuidado del agua. Suele la vox populi aconsejar –voz sabia muchas veces- que nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Es cierto. Estaremos en la capital del país y parte de la zona conurbada sin agua por cuatro, cinco o más días. Quizá hasta nueve días, estiman los peores pronósticos. La actividad escolar pública en la ciudad y parte del Estado de México será interrumpida. Y la mayoría, si no todos los capitalinos, ya andamos alarmados ante la escasez o ausencia inminentes.
El asunto debería bastar y sobrar para hacernos menos imprudentes e insensatos y nos diéramos cuenta clara de la importancia del uso racional del agua. Más aún cuando expertos nos informan que una minoría del país, menos del 20 por ciento del total, disfruta del servicio de agua las 24 horas de todos los días de un año.
Sin agua no hay posibilidad alguna de vida. Lo sabemos, y sin embargo, desdeñamos la peligrosa advertencia. También dicen que nadie escarmienta en cabeza ajena. Ojalá ahora sí tomemos la cosa en serio.
Una cosa más. Hay que poner un alto al crecimiento de la ciudad de México. Ojalá que la doctora Claudia Sheinbaum, una científica en el poder, abone en este sentido y establezca con sus equipos límites al crecimiento y sobre todo a la usura con el suelo urbano. Es preciso hacerlo ya, so pena de que el agua nos lo cobre con su peso.
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