Saludo la decisión de la Doctora Beatriz Gutiérrez Müller de asumir la Coordinación Nacional de Memoria y Cultura de México. También
saludo la aclaración de que no recibirá un solo peso por su encargo y me congratulo además de que se haya comprometido a no manejar ningún tipo de presupuesto que pudiera derivar de los impuestos que se cobran a los asalariados mexicanos.
Apunto esto sin ningún ánimo complaciente. Si acaso lo hago con el interés de destacar un hecho positivo dentro de la vorágine de las figuras públicas mayoritariamente negativas a las que nos han acostumbrado de manera predominante los gobernantes en turno desde hace varias décadas.
De igual forma, me congratulo en mi condición ciudadana de que por vez primera en muchas décadas una “primera dama” de México –así la señora Beatriz rechace la figura- cumpla con el perfil que pudiera esperarse y reservarse para ese alto papel de esposa de un Jefe de Estado, en este caso de México.
Más todavía es de resaltar el perfil de la doctora Gutiérrez Müller, que marca un agudo contraste con buena parte de sus predecesoras.
Pudiera parecer indebido, aún de pésimo gusto y hasta políticamente incorrecto apuntarlo, más todavía cuando aludo a mujeres, pero creo que se trata indefectiblemente de figuras públicas que quieran o no encarnan de una u otra manera una investidura y que al final del día son de alguna forma la representación de México, el rostro de México, tanto al interior como en la escena internacional.
Es en ese escenario o contexto que apunto el perfil de la doctora Gutiérrez Müller, en contraste con otras mujeres en el papel de esposa del presidente de México. Al margen de su condición femenina, que de sobra está decir merece un respeto absoluto y la consideración más elevada, en México se han registrado casos de “primeras damas” que han causado más pena que orgullo. Nunca –hay que insistir- por su condición de mujeres, sino por sus conductas y extravíos.
Así, vimos por ejemplo el caso de Martha Sahagún de Fox. Deleznables sus excesos y ambiciones. Perdimos seis años en México discutiendo sobre sus aspiraciones presidenciales, sustentadas únicamente en el “mérito” de ser la esposa del presidente. No entraré al detalle de sus excesos y hechos de presunta corrupción, entre otros escándalos como por ejemplo los que protagonizó contra la periodista argentina Olga Wornat y la revista Proceso.
Otras las ha habido de mala fama pública por sus aficiones etílicas.
Margarita Zavala no sólo entretuvo a muchos mexicanos con su complicidad total con la guerra contra el crimen, sino que también llevó su ambición a una precandidatura presidencial fallida, en un lance al que ahora se suma su esposo, el belicoso presidente que se enfundó un traje verde olivo que ofendió.
Y si seguimos, nos toparemos con más frivolidad que solidez, prestancia y orgullo. Mujeres más preocupadas por el vestido, la joya, el zapato y la bolsa o los viajes y las compras, que por la dignidad de un desempeño. Así que sólo me resta saludar a la Doctora Gutiérrez Müller, quien tiene las tablas para hacer una diferencia por vez primera en muchas décadas, y con ello enorgullecernos todos por tener entre nosotros a una mexicana digna como esposa de un presidente igual. Ojalá no nos decepcionen una vez más.
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