Es innegable la crisis de todo tipo que vive Venezuela, mal conducida por el presidente Nicolás Maduro, que hasta
ahora no ha dado pie con bola para reencauzar un país que curiosa y hasta paradójicamente cuenta con todo tipo de recursos para convertirse, no en estos momentos, sino hace mucho, en una nación vigorosa y pujante de América Latina.
Al igual que en otros países de América Latina, México incluido por supuesto, Venezuela suma años de una pésima conducción política, causa clave sin ninguna duda de las crisis que estremecen a buena parte de las naciones de este hemisferio y que explica la desesperación patente y repetida de los electorados en busca de nuevos nortes y conducciones, menos aciagos.
Como otros países del hemisferio y aún de manera superlativa, Venezuela es un país potencialmente rico: posee todo tipo de minerales, oro, petróleo, diamantes, entre otros recursos muy variados.
Los recursos minerales a cielo abierto en el sureño estado Bolívar, donde bajo la presidencia de Raúl Leoni se establecieron las bases para la posterior fundación de la llamada Corporación Venezolana de Guayana (CVG), impresionan. Por sí sola la CVG habría bastado para potencializar el desarrollo económico e industrial venezolano a partir del hierro y el acero.
Hace tiempo el fallecido embajador emérito de México, Antonio de Icaza González, un diplomático de profundo conocimiento, citó el agua de Venezuela, sólo el agua. No dudó don Antonio en hacer ver que si México tuviera sólo el agua de Venezuela, otro gallo nos cantaría. Agregue a este bien, imprescindible y cada vez más valioso para el ser humano, los que usted quiera: costas, sitios paradisiacos para impulsar todo tipo de turismo, agricultura, pesca, y por si fuera poco, una población en número reducido (unos 30 millones de personas) para una geografía rica, variada y prodigiosa que se constituye en extensión en la mitad del territorio mexicano, unos dos millones de kilómetros cuadrados en cifras redondas.
Añado un dato adicional: gracias a sus abundantes recursos petroleros, que en los años 70´s le valieron a Venezuela el añadido de “saudita”, un amplio segmento de la población de ese país sudamericano pudo beneficiarse de las becas Mariscal Ayacucho para formarse en el extranjero.
Otras muchas ventanas de oportunidad tiene Venezuela, pero topó desde hace años con una clase política predominantemente miope y no menos corrupta, que se enseñoreó en los veneros del diablo y dinamitó en alto grado las posibilidades de su propio país para constituirse en un referente regional del desarrollo. Así escribieron la historia de lo que pudo ser y no fue, no ha podido ser.
Como nunca en su historia, miles de venezolanos emprendieron el éxodo. Están hoy disgregados en muchos países. Muchos de ellos sufren, pero encuentran “invivible” e “imposible” su país.
Y sin embargo, todo esto no da derecho en forma alguna al señor Trump y sus adláteres, a abrogarse la facultad de decisión y acción de todo un pueblo. En la circunstancia venezolana imperan las condiciones para una solución negociada. Nada por la fuerza, todo por el diálogo.
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