Más del huachicol

SINGLADURA
En Tula, muy cerca del poblado de Tlahuelilpan, el escenario hidalguense de la peor tragedia ocurrida hasta ahora en
el país por el robo del huachicol, muchos hablan aún de esa catástrofe del 18 de enero pasado. El común denominador de quienes evocan el siniestro es la persistencia del dolor humano. Me parece incluso que hay cierto morbo social por lo ocurrido y sus consecuencias físicas en decenas de personas. Nadie atina a decir cuál fue el origen del incendio que convirtió a muchos seres humanos en cenizas y fuego. Es probable que pasen los años y nunca se sepa por qué en realidad se suscitó la conflagración que enlutó a decenas de familias hidalguenses y al país entero. Y claro, se tejen todo tipo de hipótesis, incluso que todo pudo derivar de un plan para causar la masacre. Difícil de diagnosticar, prácticamente imposible de aceptar, pero pudo suceder.
Llama la atención sin embargo que sumen muchos lugareños en Tula que refieran que los hechos tardaron en suceder porque desde hace años, el robo de combustibles estaba asentado en Santa Ana, con una gama de actividades que incluían redes organizadas y pagos económicos o sueldos si prefiere garantizados para quienes se emplearan en el huachicoleo o robo de combustible. A un halcón, por ejemplo, podían pagársele hasta mil pesos por tres horas diarias de “trabajo” o apoyo. No era todo.
Regía además una escala de precios por distancia y riesgo, similar me parece al que impera en la compra-venta de drogas. El precio, por ejemplo, de un litro de huachicol caía drásticamente si se adquiría al pie de la toma clandestina, donde podía comercializarse en apenas tres pesos. Conforme el punto de venta ganaba distancia, crecía el precio. Así era (es) la oferta.
Regía, claro, la eterna ley de la oferta y la demanda. Después de todo, el huachicol, que creció de manera rápida durante el gobierno de Enrique Peña Nieto según se ha documentado, sigue la lógica de todo bien, mercancía o servicio en una economía de mercado. No se trata pues de un asunto de gente buena y gente mala. El huachicol es esencialmente una mercancía más que se vende y se compra, aún esta actividad implique riesgos que como en cualquier escala comercial van desde los más  bajos hasta los más elevados y que en ocasiones entraña muy infelizmente el peligro de perder la vida o de que ésta quede muy comprometida desde un ángulo médico de funcionalidad.
Como ocurre en prácticamente cualquier comunidad, los lugareños se conocen  bien y saben la actividad de sus vecinos. Algunos huachicoleros –me contaron- sí tuvieron visión e invirtieron bien sus  ganancias, al grado incluso de hacerse muy prósperos en poco tiempo, conforme sus evidencias materiales y patrimoniales. Algunos ya podrían vivir de los negocios lícitos que establecieron a partir del huachicol, si es que la actividad se torna más difícil como consecuencia del combate a esta práctica. Todos saben quiénes son. Se repite el patrón de negocios que es común entre quienes comercializan drogas,  que no por serlo pierden su esencia de bienes o productos consumibles entre segmentos poblacionales cada vez más amplios.
Me parece en consecuencia que la naturaleza comercial de un bien o producto no se pierde en forma alguna, así esté prohibido o resulte peligroso en extremo como recién hemos visto en Tlahuelilpan y aún antes, en menor escala afortunadamente, en otros sitios. Habría que incorporar esta variable y buscar nuevas fórmulas de erradicación o control exitosas.
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