Pontificamos todos, a distancia, sobre lo que ocurre a Venezuela bajo el
mandato y/o el puño de Nicolás Maduro, pero otra cosa viven y sufren cada día los venezolanos de adentro y otros muchos que se han ido, que han dejado su país, aun y cuando a veces regresen de manera intermitente y obligada, ante la circunstancia aciaga en la que los gobernantes, de antes y de ahora, colocaron a ese país, otrora un imán para muchos y hoy, una tragedia.
¿Y qué sigue? Pregunto a un venezolano hoy fuera de su patria. “En mi caso nada porque la otra verdad es que mi país no existe. Una vez te lo dije: deje mi país atrás y no tengo otro. Estoy acabado”.
Añade: “no vivo, vegeto, que es distinto. Estoy a la espera de lo que no ha llegado, pero llegará. No me engaño”. Este testimonio escrito es de un hombre hoy en sus 70 que perdió todo con el chavismo: su patrimonio construido con esfuerzo a lo largo de años, de manera honrada. Hoy sobrevive o vegeta como dice en algún lugar de Estados Unidos, donde habita una casa prestada y trabaja como empleado de una tienda de víveres.
“Mi tiempo es ahora muy breve. Por eso sólo me queda escribir algo porque mi vida en los medios llegó a su fin”, añade este hombre, autor de cientos de textos periodísticos, reconocido como un periodista solvente, profesional, exitoso en la Venezuela que lo vio nacer y que hoy –dice- “no existe”.
Cuando habla de Venezuela cuenta: “Te diré que todo está cada vez peor. Las posibilidades de que todo empeore son muchas” y añade: “cada vez hay más asesinatos, desempleo, inflación desenfrenada, represión”.
Refiero a mi interlocutor que acabo de hablar con una compatriota de él, quien me contó que mejor se fue a España porque “no es difícil vivir sino imposible hacerlo en Venezuela”.
“Así es. No hay perspectivas de nada, no hay medicinas, los hospitales andan mal, la gente muere de mengua”, apunta el amigo en Estados Unidos.
Otro venezolano, residente también hoy en Estados Unidos, un profesional culto y exitoso en otros tiempos en Venezuela, vive hoy sin dinero ni permiso de trabajo. Si regresara a Venezuela lo meterían preso sólo por odio y su esposa sufre un cáncer de cerebro. Sobrevive con una beca.
“Ahora somos pobres y casi mendigos”, refrenda mi interlocutor. Me apena. Recuerda que Rafael Caldera (dos veces presidente de Venezuela) solía decir que los pueblos no se equivocan, pero él, mi entrevistado, discrepa. “Yo creo que no sólo se equivocan, sino que siempre lo hacen”.
Pone como ejemplo el caso de Hugo Chávez. “Venezuela era un país rico, con problemas estructurales, pero con inmensas posibilidades de desarrollo. El (Chávez) llegó para acabar todo”.
Apunta: “el problema es que construir un país toma generaciones y grandes esfuerzos, destruirlo todo es fácil y se hace de la noche a la mañana”.
Insiste que en Venezuela “hoy impera un régimen de terror, de los peores. La dignidad humana está vapuleada, los derechos civiles y políticos no existen. El hambre, el narcotráfico y otros delitos, campean”.
(Continuará)
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.