Cuando la madrugada del 4 de febrero de 1992, hace 27 años, el teniente
coronel Hugo Chávez Frías irrumpió en armas en contra del gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez, quien ganó en las urnas un segundo mandato constitucional, fueron muchos, muchísimos, los venezolanos que aplaudieron, festejaron y ensalzaron la traición –eso fue- del militar golpista, a quien llegaron a considerar un héroe, así, sin más.
Era febrero, mes de los carnavales, me asombró el pulular en las calles de Caracas y de otras ciudades de Venezuela de decenas, tal vez cientos de niños venezolanos, vestidos con el traje verde olivo como parte de un tributo al militar insurrecto, traidor del juramento castrense que todo miembro de las fuerzas armadas está obligado a cumplir, a acatar por su honor de militar. Quizá se entienda menos esto en el ámbito civil, pero un militar sabe lo de lo que hablo. Deben lealtad al poder legítimamente constituido por la voluntad de los pueblos, y deben honrar su juramento militar. Deben igualmente honrar a su patria. No es poca cosa, pues.
Para un ciudadano mexicano, hijo de marino militar como quien esto escribe, la empuñadura de las armas en contra de un gobierno legítimo será siempre una traición, un hecho injustificable. Admito que en ese momento experimenté un gran desconcierto personal y profesional como corresponsal entonces del gran Excélsior.
Chávez fue a prisión por su intentona golpista, que causó centenares de muertos y heridos, sin incluir los daños materiales y la desarticulación del país entero. El ya finado presidente Pérez fue un político valiente, que con pistola en mano –literal- defendió la institucionalidad democrática venezolana.
A Pérez se le criticó, se le repudió de manera intensa. Numerosos periodistas, opinadores y aún líderes de opinión favorecieron un clima de linchamiento en su contra y ya de manera tácita y aun abiertamente en muchos casos, dieron su respaldo al líder golpista llamado Hugo Chávez, un hábil comunicador de masas, sin duda, que dejó sembrada una frase para la historia cuando le permitieron unos segundos por televisión antes de ir preso. Un error gravísimo éste último y que puso en claro, una vez más, el vasto poder de los medios de comunicación.
“Por ahora”, dijo Chávez en el mismo Palacio Presidencial de Miraflores –otro error darle tribuna en la sede presidencial- al admitir la derrota de su insurrección. Ese “por ahora” quedó sembrado en el ánimo de una amplia masa de venezolanos, inconformes ciertamente con las primeras medidas económicas del segundo gobierno de Pérez.
Pérez impulsó en su segundo mandato presidencial un programa económico de inspiración neoliberal, que incluyó un alza de los precios de las gasolinas, entre otras medidas de racionalidad económica en un país acostumbrado por años al jolgorio financiado por los altos precios del petróleo en los mercados internacionales, y beneficiado incluso e inmensamente por el embargo petrolero árabe.
Durante años y especialmente en la década de los 70´s, -coincidentemente el primer gobierno de Pérez- Venezuela vivió de una inconmensurable riqueza petrolera, estimulada por precios muy altos. Entre los reflejos de esa abundancia petrolera –los veneros que le escrituró el diablo, según López Velarde- Venezuela tuvo el apellido de “saudita”, con un bolívar que competía de cerca con el dólar –el famoso 4.30- y que hizo popular la frase muy venezolana en los mercados de Miami del “tá´barato, dame dos”. Si no todos, casi todos los venezolanos pudieron viajar y estudiar en diversas partes del mundo. Las becas Gran Mariscal de Ayacucho, creadas precisamente por Pérez a mediados de la década de los 70´s , permitieron a muchos venezolanos estudiar en numerosas universidades del mundo.
La vida sonreía a Venezuela. Hubo dinero a raudales, incluso para crear en los años 60´s el enorme complejo de la CVG –Corporación Venezolana de Guayana-, un portento de vocación industrial que aprovecharía los abundantes recursos forestales y minerales –hierro, bauxita, oro, diamantes y otros- para impulsar el desarrollo económico nacional. Un fracaso más. En 2001, un decreto firmado por Chávez incorporó este potencial inmenso de riqueza al ministerio de industrias básicas y minería, y hoy al Ministerio del Poder Popular para Industrias Básicas, Estratégicas y Socialistas.
Venezuela posee la gran represa del Guri en el sureño estado Bolívar. Se trata del primer embalse más grande y el segundo cuerpo lacustre del país. Las instalaciones de esta represa son (eran) impresionantes, muy por encima de nuestra afamada Chicoasén. Venezuela exportaba energía. Hoy está en la víspera de un apagón final, pero no por obra de los “enemigos de la revolución bolivariana”, como sostiene todos los días Maduro, sino por el desdén y la ignorancia de los bolivarianos. Después de todo, es una táctica muy usada inventarse enemigos para justificar el fracaso propio.
La historia es mucho más larga. Se la seguiré contando.
(continuará)
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