Rafael Caldera, dos veces presidente de Venezuela, padre del socialcristiano Partido
Copei, más tarde parricida de su propio partido por sus irrenunciables apetitos de poder e impulsor del “chiripero” como se llamó a una abigarrada alianza partidista que lo llevaría por segunda vez al poder, ocupaba un escaño en el Senado venezolano al momento de la insurrección armada de Hugo Chávez Frías la madrugada del 4 de febrero de 1992.
Sin importar que estuviera en el ocaso de su carrera política, que incluyó cinco candidaturas presidenciales por Copei, Caldera, de 76 años, tuvo el olfato de darse cuenta de que la aventura insurreccional chavista le abría el paso y la circunstancia para aspirar a una segunda jefatura del estado venezolano, algo que su archirrival político Carlos Andrés Pérez ya había logrado. Así que Caldera olfateó y aprovechó la oportunidad política.
Aún olía a pólvora de metralla en Venezuela cuando en las primeras horas del cuatro de febrero de 1992, Caldera, presuroso, acudió al Senado del país para pronunciar un discurso que de inmediato lo catapultó al poder bajo el virtual amparo de Chávez, algo que más tarde recompensaría desde la presidencia del país.
Reacio incluso a suscribir un decreto presidencial para la suspensión de garantías en los momentos que siguieron a la insurrección militar, Caldera negó que la intentona chavista tuviera como propósito asesinar al presidente Pérez. El apetito de poder lo galvanizó, entusiasmó y aún rejuveneció. Después de todo dicen que el poder es el mejor afrodisiaco del mundo. Caldera pudiera ser un buen ejemplo.
Partes del discurso de Caldera en el Senado a poco de la insurrección armada revelan claramente su aspiración de convertirse en una figura clave del momento político venezolano. No fue el discurso de un expresidente, sino el de un aspirante al poder.
“No encuentro en el sentimiento popular la misma reacción entusiasta, decidida y fervorosa por la defensa de la democracia que caracterizó la conducta del pueblo en todos los dolorosos incidentes que hubo que atravesar después del 23 de enero de 1958” cuando fue depuesto del poder el general Marcos Pérez Jiménez, dijo el exmandatario en alusión a cómo fue recibida por el pueblo la insurrección chavista. Dejó en claro igualmente su aspiración de encabezar el descontento popular que ciertamente privaba en esos momentos.
De hecho, el discurso fue el primero de la campaña que iniciaría Caldera en contra del presidente Pérez, su adversario histórico, como militante del Partido socialdemócrata Acción Democrática (AD), rival de Copei.
Caldera dijo más: “es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer y de impedir el alza exorbitante en los costos de la subsistencia, cuando no ha sido capaz de poner un coto definitivo al morbo terrible de la corrupción, que a los ojos de todo el mundo está consumiendo todos los días la institucionalidad”.
El veterano político alzó entonces las banderas antineoliberales, de combate a la corrupción, la inseguridad pública y por supuesto de oposición al modelo democrático que se instauró en el país tras el fin de la dictadura de Pérez Jiménez, y en el que participó el propio Caldera como presidente de Venezuela entre 1969 y 1974, cuando fue relevado por Carlos Andrés Pérez.
“No podemos nosotros afirmar en conciencia que la corrupción se ha detenido, sino que más bien íntimamente tenemos el sentir de que se está extendiendo progresivamente”, argumentó, no sin parte de razón y motivos, pero más con el propósito de garantizar su ascenso político.
También dijo que “vemos con alarma que el costo de la vida se hace cada vez más difícil de satisfacer para grandes sectores de nuestra población, que los servicios públicos no funcionan y que se busca como una solución que muchos hemos señalado para criticarla, el de privatizarlos entregándolos sobre todo a manos extranjeras, porque nos consideramos incapaces de atenderlos”.
Para endulzar los oídos de una vasta mayoría del pueblo venezolano, Caldera hizo eco del fenómeno de la inseguridad pública. “Que el orden público y la seguridad personal, a pesar de los esfuerzos que se anuncian, tampoco encuentran un remedio efectivo”, observó.
Recordó incluso que aún en el Senado “se sientan honorables representantes del pueblo que han sido objeto no solamente de despojo, sino de vejámenes, por atracadores en sus propios hogares sin que se haya logrado la sanción de los atropellos de que han sido objeto”.
Iniciaba así la segunda campaña presidencial de Caldera, como un tozudo opositor de Pérez y con un discurso que prometía acabar con el “demonio” del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Un año después de la intentona chavista, Caldera se convirtió en candidato de una alianza partidista variopinta que se conoció como “el chiripero” y que incluía un amplio espectro político-electoral, desde la derecha evangélica hasta remanentes del comunismo venezolano.
“Con el chiripero me voy a devorar a los cogollos”, prometió entonces Caldera, en alusión a AD y Copei, los dos partidos tradicionales venezolanos que de manera alternada gobernaron al país a partir del llamado Acuerdo de Punto Fijo que siguió a la dictadura de Pérez Jiménez.
Caldera cumplió su advertencia de devorar a los “cogollos” y asumió la presidencia de Venezuela en febrero de 1994.
Entre sus primeras medidas destacó el sobreseimiento de las causas penales contra Chávez y sus compañeros de armas sublevados en febrero y noviembre de 1992. En los hechos, Caldera pagó así su deuda con Chávez, a quien cinco años más tarde le cedió la presidencia, en un inusual binomio político entre el derechista Caldera y el izquierdista Chávez. Los extremos se juntaban.
Durante su segunda presidencia, Caldera firmó acuerdos con el FMI, el “demonio”, al que tanto satanizó.
El 2 de enero de 1999 el presidente Caldera se dirigió por última vez a Venezuela: "Habríamos querido hacer mucho más de lo que hemos podido cumplir, pero las circunstancias no han sido favorables", admitió.
Lo seguirían Chávez y la revolución bolivariana.
La historia es mucho más larga. Se la seguiré contando.
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@RobertoCienfue1