Dicen que en el pecado está la penitencia. Tras el indulto otorgado por el
presidente Rafael Caldera al comandante golpista Hugo Chávez, éste se inscribió para participar en las elecciones presidenciales de diciembre de 1998, apenas seis años después de su insurrección armada en contra del gobierno de Carlos Andrés Pérez.
Candidato a la presidencia de Venezuela por el denominado Movimiento V República (MVR), Chávez se proclamó el intérprete fiel del pueblo, un adalid contra la corrupción y el hombre que instauraría una nueva Venezuela, muy lejos y aún en contra de los políticos tradicionales de los partidos Acción Democrática y Copei, desprestigiados entonces y a la baja en el ánimo de los electores.
Chávez, un astuto y excelente intérprete del sentir popular, se asumiría como un auténtico cruzado, quizá el único en ese momento, para lidiar contra el neoliberalismo económico, que pretendió sin éxito impulsar el presidente Pérez.
“Con Chávez manda el pueblo”, fue una de sus consignas favoritas con las que inició un recorrido por todo el país. Anticipó entonces una Asamblea Constituyente para instaurar la revolución bolivariana.
Como era previsible, y sin que su pasado golpista pesara en el ánimo del electorado venezolano, Chávez ganó las elecciones de 1998. Dejó en el camino a sus adversarios más cercanos, los ex gobernadores Henrique Salas Römer, y la belleza venezolana, Irene Sáez.
Al asumir su primer mandato presidencial en febrero de 1999, Chávez juramentó sobre una “moribunda” Constitución. Así calificó –moribunda- la Carta Magna vigente todavía entonces de Venezuela. Se empezaba a escribir “una historia imborrable”, dijo él mismo. Y cómo no.
"Llamo a mis compatriotas a no tener miedo. No voy a instalar una dictadura tipo cubano o comunista en Venezuela. Eso está muy lejos de la verdad. Los hechos demostrarán que todo eso es mentira", dijo apenas conocido el resultado electoral. Pero la mentira fue otra.
"Juro delante de Dios, juro delante de la Patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución (1961) impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. ¡Lo Juro!", proclamó.
Juan Liscano, un escritor entonces de 73 años, se apuntó en la línea de los pesimistas por el triunfo de Chávez. Más bien, alertó de manera acertada y realista, lo que venía en camino para Venezuela con Chávez en el poder.
"Chávez presenta, sin cesar, caras sucesivas, pero su verdadero rostro está siempre detrás de él", cito a Liscano en declaraciones reproducidas por el diario El País.
Incluyó a Chávez entre las personalidades amenazantes, capaz de llevar al país a una dictadura de fundamentos parecidos a los movimientos europeos causantes de la II Guerra Mundial. "Sus consejeros deben pasar mucho tiempo reteniéndole, rectificando por él; ajustando su imagen de ese dictador en potencia a la de un líder democrático pacífico" aseguró Liscano, uno de los pocos que anticipó con tino lo que luego vendría, muy desafortunadamente para el país.
Antes, en julio de 1996, después de llamar a la abstención y acuñar términos como “las cúpulas podridas”, “el nefasto Gobierno del presidente Caldera”, “urge cerrar el Congreso Nacional”, “reconozco que mi pasado golpista le mete miedo a la gente” y “el viejo modelo debe morir”, entre otros, el precandidato Chávez presentó al país un documento denominado “Agenda Alternativa Bolivariana. Una Propuesta Patriótica para salir del Laberinto”.
El documento satanizaba a todo el sistema político existente e indicaba textualmente lo siguiente: “La Agenda Alternativa Bolivariana ofrece una salida y echa las bases del Proyecto de Transición Bolivariano”.
En febrero de 2015, el Diario las Américas publicó un texto según el cual, el llamado “parto del nuevo modelo” impulsado por Chávez se había hecho realidad militarizando todos los estratos de la sociedad venezolana, aprobando una Constitución que se viola, secuestrando todos los poderes públicos, “aferrándose al poder a costa de lo que sea, extendiendo el período presidencial, minimizando la libertad de expresión, cerrando medios de comunicación como RCTV”.
Más todavía, dijo el texto, “expropiando a todas las empresas productivas del país, destruyendo el aparato productivo, estableciendo un control de cambios y asignando las divisas de manera discrecional, dejando que el hampa actúe con plena impunidad, permitiendo que la inteligencia cubana se infiltre en los cuarteles y en todos los sectores de la sociedad venezolana”.
Peor todavía, añadió el diario, ese nuevo modelo se hizo “politizando la Fuerza Armada Nacional, destruyendo la industria petrolera (PDVSA) y creando grupos de choque denominados Colectivos Armados, amén de violar los derechos humanos y haberse peleado con toda la comunidad internacional”.
Pero de poco, o nada, fueron útiles las advertencias, los llamados de alerta, las previsiones contra el militar de origen golpista, que se instaló en el poder hasta su muerte, en 2013, lo único que pudo poner fin a su hegemonía personal, aunque no a su legado a través de Nicolás Maduro, “el hijo de Chávez”, según él mismo se ha proclamado.
Moisés Naim, un ex ministro de Fomento durante la segunda presidencia de Pérez, escribió un texto esclarecedor sobre el fenómeno Venezuela en el número 82 de Estudios de Política Exterior, edición julio-agosto de 2001.
Por su relevancia para comprender el caso Venezuela, cito a Naim, un reputado intelectual y escritor venezolano.
Naim aclara que aun y cuando Venezuela registró “ocasionales y efímeros golpes de suerte” por los altos precios del crudo, el declive secular de los ingresos petroleros, combinados con las crecientes necesidades de una población en aumento y el fracaso en el desarrollo de otras actividades económicas, hicieron al petróleo insuficiente para hacer rico al país.
En 1974, recordó Naim, el petróleo contribuyó con 1.450 dólares per cápita a los ingresos del gobierno y representó más del ochenta por cien de los ingresos totales del Estado. Veinte años después, contribuía sólo con doscientos dólares per cápita y representaba menos del cuarenta por cien del total de los ingresos fiscales.
Expone que en las últimas dos décadas, la pobreza, no la riqueza, ha sido la característica que mejor define a Venezuela. Hoy, el 68 por cien de los venezolanos vive por debajo de los umbrales de la pobreza.
Refiere igualmente un fenómeno propio de Venezuela, pero también de casi toda América Latina.
“Venezuela carece de las infraestructuras humanas y físicas necesarias para ser un país rico; sus recursos petroleros y mineros han resultado ser más un obstáculo que una ventaja en la creación de las condiciones que podrían conducir a un futuro próspero y estable”, explica Naim.
Esta situación, también extensiva en América Latina, “es una confirmación inequívoca de la regla general según la cual la abundancia de recursos naturales induce al parasitismo y asfixia al desarrollo”.
Naim cita la tesis del escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando señaló que “la pobreza de América Latina se debe a su riqueza de recursos naturales”.
La realidad políticamente explosiva, apunta, es que el noventa por cien de los venezolanos continúa creyendo que vive en un país rico.
Un tema que ha resultado una bandera de políticos mañosos y aún demagogos, más interesados en su ascenso al poder que en combatir el fenómeno, es la corrupción, señalada con insistencia como “la causa principal de los problemas económicos y sociales de Venezuela”.
“Ésta es otra de las creencias profundamente arraigada en la mayoría de los venezolanos. Si el país es rico y su riqueza pertenece al Estado pero la población es pobre, entonces alguien debe haberla robado. Ese “alguien” es obviamente “los políticos” y los “ricos”, deduce Naim.
Añade que con base en ese razonamiento, inexacto, “la corrupción se convierte en un tema central de la psicología nacional y la desconfianza en el gobierno en una actitud omnipresente y justificada”.
“El corolario es la creencia de que una pequeña elite se ha apropiado indebidamente de la riqueza del país a expensas de los pobres”, razona Naim.
“En consecuencia, el mantra –repetido incansablemente, pero rara vez sometido a examen– es que en Venezuela la corrupción es el principal, si no el único, obstáculo al desarrollo. Una vez que se elimine la corrupción, cree la población, la riqueza –que ya está ahí– se difundirá casi instantáneamente y sin mayor esfuerzo”, indica. ¿Nos dice algo este razonamiento hoy día a los mexicanos? Pregunto.
Paradójicamente, dice Naim, “la obsesión nacional con la corrupción también la ha hecho más aceptable socialmente debido a la presunción de que “todos participan en ella y de que reina la impunidad”.
Además, “a menudo se justifica la corrupción como el único medio de apropiarse de la legítima parte que a uno le corresponde de la riqueza nacional; una porción que, de cualquier modo, sería robada por otros”.
El efecto es que “la condena moral de la corrupción haya fracasado rotundamente en reducirla. Aun así, esas denuncias siguen siendo el único instrumento del que los líderes y los votantes del país parecen disponer para solucionar el problema”, expone.
Peor todavía, añade Naim, “la idea de que la corrupción es el principal culpable de los problemas nacionales está en el origen de la inestabilidad política y económica de Venezuela. El debate nacional sobre el alivio de la pobreza se reduce a centrarlo en la erradicación de la corrupción, prestándose sólo una escasa atención a las políticas e instituciones necesarias para crear nueva riqueza y mejorar la gestión del país. La condena moral y las promesas de conducta ética encuentran mayor apoyo y son más fácilmente aceptadas que cualquier otro tipo de propuesta política”.
Por tanto, la percepción “de honestidad se convierte así en la única credencial relevante para el reclutamiento y designación de los líderes; la presunción de honradez se superpone a cualquier preocupación sobre la carencia de calificaciones o competencias técnicas en el nombramiento de los funcionarios. Las propuestas para crear otras fuentes de riqueza o para reformar políticas que estimulan la corrupción reciben poca atención o, simplemente, son arrolladas por las cruzadas moralistas anticorrupción”.
Sobre el futuro de Venezuela, Naim reconoció en 2001 a Chávez como un político astuto y carismático. “Pero el carisma y la astucia no bastan para explicar su extraordinario ascenso y su casi completa hegemonía sobre la política venezolana. Lo que distingue a Hugo Chávez de sus rivales no es sólo su rara habilidad para sintonizar su mensaje con las más profundas creencias de la amplia mayoría de la población, sino su entusiasta disposición a activar la rabia colectiva y los resentimientos que otros políticos no pudieron ver, rechazaron utilizar o, más probablemente, porque tenían intereses creados en no exacerbar”.
Así, los atributos personales de Chávez y las circunstancias del país han convergido no sólo para hacer de él el presidente más popular de la historia reciente, sino además en dotar a su gobierno con un inmenso capital político.
Algo debe decirnos este análisis a los mexicanos. La historia es la maestra de la vida. Es tiempo de tomar lecciones o saldar la penitencia.
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
@RobertoCienfue1