El famoso poeta conocido como Lord Byron, exponente del romanticismo británico y precursor de los así llamados Poetas Malditos –A. Rambaud, Budelaire y
otros- dijo alguna vez que “apenas son suficientes mil años para formar un Estado, pero puede bastar una hora para reducirlo a polvo”. Grave alerta para el México de nuestros días, que renuncia casi casi por sistema al uso de la ley como parte de un ejercicio obligado y obligante de un Estado de derecho.
La referencia viene a propósito de las marchas de calle que se han registrado los últimos días en la capital mexicana y en particular en la llamada zona centro de la Ciudad de México. Aludo a la que se realizó para conmemorar el quinto aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, un caso aún envuelto en las tinieblas misteriosas del Estado y, peor aún, en una absoluta impunidad, recién agravada por la liberación de más de la mitad de los presuntos culpables, o sospechosos en el caso.
También aludo a la manifestación ocurrida el sábado 28 de septiembre para respaldar las políticas a favor del aborto, y/ o la más reciente, para conmemorar los 51 años de la cruenta masacre estudiantil del dos de octubre de 1968, un movimiento que dicho sea de paso estremeció las estructuras institucionales de México, nuestro país, y que involucró en forma dramática al Ejército.
Estas marchas comparten un eje, que refleja la fragilidad de nuestro estado de derecho, así nuestro presidente haya dicho en su primer informe de gobierno el uno de septiembre pasado que éste ahora sí impera en México. Nada más alejado de la realidad cotidiana que observamos y otras veces padecemos los ciudadanos de este país.
La ausencia de un genuino estado de derecho en México preocupa o debería preocupar y mucho a toda la ciudadanía. ¿Por qué? Porque me parece que sin ese andamiaje institucional, será difícil si no imposible, un avance sustantivo nacional en todos los ámbitos. Aludo claro a campos clave del país, que tienen que ver con temas como la seguridad pública, el combate a la criminalidad, el crecimiento de la economía, la atracción y fomento de las inversiones nacionales y extranjeras. Bueno, podríamos seguir abonando temas fundamentales para todos y que tienen o deberían tener como fundamento la instauración y genuina operación de un Estado de Derecho.
La ausencia, o al menos la precariedad de un genuino Estado de derecho en México, tiene consecuencias devastadoras para la vida civilizada de cada uno de nosotros. No hay duda posible en esta aseveración. Es más, este fenómeno, asociado al desarrollo cultural y material de los países, genera impactos de una magnitud inconmensurable, ya sean de carácter positivo o negativo, en la vida nacional.
El hecho de que todavía no tengamos un estado de derecho y que, peor aún, nos encarguemos desde el ámbito gubernamental y ciudadano, de vulnerarlo cada día, nos obliga a vivir y padecer claro un estado cercano a la barbarie, cuyos puntales son el agandalle, la arbitrariedad y el poder en todas y sus peores manifestaciones.
México seguirá siendo inviable y cada vez más barbárico, anárquico y subdesarrollado si juntos, gobierno y ciudadanía, persistimos en nuestra negativa de construir, acatar y desarrollar un real Estado de Derecho, única plataforma posible para garantizar un mejor futuro nacional, así esto parezca una ingenuidad o un arrebato delirante. Piénselo, pensémoslo al menos un momento.
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@RobertoCienfue1