Lo que el Covid deja ver

El inesperado y aterrador Covid-19, invisible como todos los virus, está dejando ver de manera

 paradójica en México cosas, situaciones y personas en cargos de responsabilidad pública que ilustran mucha precariedad y, peor aún, una baja capacidad para enfrentar una circunstancia que no por inédita será menos lesiva para el país.
La política de austeridad, que con gran estridencia se reestrenó en México bajo el gobierno de la 4T, resultó la peor medicina para un país urgido de inversión en prácticamente todas las áreas críticas de infraestructura, entre ellas la médica, hospitalaria y de suministro de equipos y fármacos, según ahora en medio de la pandemia puede verse mucho más nítidamente.
Padres y madres clamando por atención para sus desfallecientes hijos, toparon durante meses y pese a sus súplicas con un muro inhumano e insensible que trasuntó más amor por los números y las cuentas que por las personas sufrientes, de carne y hueso.
Mas no sólo eso. Los dineros obtenidos por una austeridad mal entendida y peor ejecutada fueron más bien desviados o utilizados para complacer necesidades políticas del mandante nacional de turno, comprometido con votantes jóvenes denominados “ninis”. Sobra explicar de quienes hablo. Para estos hubo recursos, al menos suficientes, que fueron tomados sin embargo de las mismas faltriqueras presupuestales porque es bien sabido que el presupuesto federal de este año y desde hace muchos años antes, está prácticamente constreñido y con límites de maniobra muy escasos debido a los colosales compromisos del Estado mexicano, que es sólo uno a través de la historia, guste o no. En esta práctica y discrepancia de criterios se inscribió la renuncia, demasiado rápida, de Carlos Urzúa como titular de la Hacienda pública en julio de 2019.
Urzúa explicó su renuncia por la toma de decisiones “de política pública sin el suficiente sustento” ni evidencia empírica y censuró de paso el extremismo ya de derecha o de izquierda.
Una buena parte de la caída económica del 2019 fue consecuencia de que los recursos del erario, bajo la pantalla de la austeridad, -luego renombrada pobreza sanfranciscana, justificada además en una presunta lucha contra la corrupción- fueron concentrados para atender prioridades y “promesas” presidenciales, por encima de las necesidades esenciales del país como la atención de la salud pública nacional. El Covid-19 desnudó esta realidad, que por supuesto nadie puede atribuir a la 4T porque sus orígenes datan de mucho antes. El pecado de la 4T fue agravarla al descuidar y desmantelar incluso lo poco que servía y amortiguaba en algún grado el drama de la salud pública. El cambio de prioridades resultó desafortunado. Y fue peor aún por la súbita e indeseable aparición del virus chino.

Resulta que el presupuesto federal, el mayor instrumento de política pública como se sabe, no es elástico y mucho menos de plástico. No da para cumplir caprichos de campaña. Así que simple y llanamente se ha utilizado de manera voluntariosa o para decirlo de manera coloquial, se ha empleado con base en el criterio que aplican muchas familias mexicanas, obligadas a tapar un hoyo para destapar otro y así la llevan hasta que en algún punto hacen crack.
Ya en medio de la pandemia, han aflorado otros déficits, entre ellos las contradicciones entre las recomendaciones y las prácticas de funcionarios de alto nivel y aún del vocero oficial para el caso, el celebérrimo Hugo López-Gatell, quien ahora reniega del acoso reporteril. Ni insistir en los contrastantes modos, formas y ánimos presidenciales, que desafortunada y peligrosamente parece rebasado por la crisis. Sus mensajes, posturas y discurso político, lejos de infundir confianza y fortaleza ciudadana, atemorizan cada vez más y llevan incluso a temer lo peor.
El recurso de replantear por ejemplo la posibilidad de adelantar la consulta para la revocación de mandato abre lecturas diversas, que van desde el propósito de reconcentrar el mando hasta exactamente lo contrario o un tácito llamado a sáquenme de aquí.
Otro mensaje que desconcierta es la preocupación presidencial por los reclusos en las cárceles del país –muy noble de su parte-, pero el grave desdén al mismo tiempo hacia el personal médico en general que libra una guerra por la vida en los hospitales, y aún el hecho de que el IMSS –el presunto baluarte nacional en materia sanitaria y social- se haya convertido en el principal foco de contagio viral por el Covid-19. Una paradoja alucinante.
Hay otras, como la ilegal reducción de salarios a través de la supresión de aguinaldos y, la “voluntaria” cooperación pecuniaria impuesta a miles de empleados públicos, médicos entre ellos, que han tenido que exprimir sus bolsillos para contrarrestar muchas veces las penurias que imperan en sus centros de trabajo.
Hay demasiados indicadores ominosos en el horizonte, tantos que agudizan el clima de temor y preocupación nacional, aun y cuando haya quienes digan que el Covid-19 nos hará lo que el viento a Juárez.

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@RobertoCienfue1