Aún y pese a todo lo observado, verificado y comprobado en más de 15 meses de 4T un
número creciente de mexicanos seguimos polemizando, ignorantes e incomprensivos, sobre el gobierno de próceres que encabeza Andrés Manuel López Obrador. La pandemia sólo ha añadido fuego al país porque mientras hay voces insistentes en demandar un cambio o enmienda nacional conforme a las nuevas circunstancias de México, el gobierno de AMLO y sus panegiristas se aferran al único credo que tienen y profesan, y que deberían incluir en la Cartilla Moral.
En medio de este cisma nacional la única certeza, valga decir firme, definitiva y absoluta, es que no hay cambios. Y si el mundo se cae, pues problema del mundo y si México se derrumba, pues problema de México. La 4T es la única bandera, la insignia nacional, el lábaro patrio guinda e impoluto que envolverá sólo y por supuesto “primero a los pobres” y los prohombres –bueno, algunas mujeres si acaso- convertidos (as) en los profetas de la razón y los otros datos, claro.
La 4T y sus adláteres se han echado al lomo, ellos solititos, la suprema responsabilidad histórica de mostrar que “son diferentes”, que “no son lo mismo” y más aún de equipararse y ponerse a la altura de hombres y mujeres excepcionales en epopeyas del país como la guerra de Independencia, la Reforma y la Revolución del 10. La única diferencia de estos titanes históricos de la 4T –hay que notarlo y machacarlo para que aprendan- con los personajes de los tres grandes momentos nacionales es que ellos lograrán la transformación toditita de México de manera pacífica, sin romper un solo vidrio conforme ha presumido de manera pública una y otra vez el primer prócer nacional, heraldo impoluto y estandarte supremo de la 4T, algo parecido al pabellón de la Guadalupana en vísperas de la Independencia.
Esto último significa que hasta en eso son diferentes, aunque mejores, se deduce, que el cura Miguel Hidalgo, el Siervo de la Nación, doña Josefa Ortiz de Domínguez, Aldama o Rayón, por citar unos cuántos. Los hombres de la Reforma: Benito Juárez, Melchor Ocampo, Ignacio Comonfort, José Luis María Mora o Valentín Gómez Farías, entre otros que se quedan cortos ante el tamaño de la inspiración y acción fecunda de la 4T. Y por supuesto, figuras revolucionarias como Francisco I. Madero, el tocayo de éste de apellido Villa, o el mismísimo Emiliano Zapata, les van a quedar debiendo porque ahorrarán sangre y sufrimiento al país.
A diferencia de toda esta pléyade de mexicanos, que entregaron sus vidas a sus respectivos momentos y causas nacionales, los hombres y mujeres de la 4T están incursos en una transformación de alcance histórico que seguramente los catapultará a los nuevos altares de la patria, no por 100 o 200 años, -no, qué va- sino por saecula saeculorum, es decir, eternamente.
Esto me parece es lo que los simples mortales, los peatones si acaso diplomados o los hombres de a pie, -no quiero usar las categorías archiconocidas empleadas hasta el cansancio por el primer prócer nacional- seguimos sin entender ni comprender. ¡Cuánta ingratitud e incomprensión nacional en momento de una transformación histórica!
El primer prócer nacional, cuya retórica cotidiana incluye frases tan refinadas y dignas de su investidura como me canso ganso, guácala, fuchi, caca y otras que debemos rescatar para en un futuro no muy lejano poner en letras de oro en el nuevo Altar de la Patria, está al frente con denodado esfuerzo de la 4T. Nada lo detiene ni lo inmuta. Sereno como su altísima le tocó en suerte la pandemia que será transitoria y llegó como anillo al dedo para probar a sus adversarios –que no enemigos porque no tiene ninguno, según declaración de parte- que tiene otros datos y que pese a quien le pese hará historia, por encima de una oposición balbuceante que ya está derrotada moralmente y cuyo regreso al poder no se atisba ni de lejos. ¿Qué nos resta? ¿Hacemos tabla rasa del pasado y nos ponemos del lado de la historia?
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@RobertoCienfue1