El desmadre del Covid-19

Lo que trae el gobierno de la 4T hace rato en materia de la pandemia por el Covid-19

 es un verdadero desmadre y sería lo de menos, si es que no estuviera ya costando miles de vidas en México.
Y conste, este señalamiento, que es preciso hacer, tiene el propósito de llamar al gobierno para que se ponga serio, científico sería pedir demasiado, al menos mientras pasa la pandemia, un problema sanitario, que debe combatirse con base en criterios médicos, elementos materiales y aun científicos antes que con leyendas, mitos o creencias religiosas.
Y es que aún no salgo del asombro que me causó el presidente Andrés Manuel López Obrador cuando en pleno Palacio Nacional hizo uso de estampitas religiosas para proclamar detentes ante el embate furioso del coronavirus. Jamás habría imaginado al Jefe de un Estado laico como el mexicano conforme está previsto por la Constitución que nos rige, exhibir sus imágenes religiosas y menos aún recitar oraciones litúrgicas.
Que López Obrador haya procedido de esa forma me parece fue un recurso para engatusar a los mexicanos creyentes, una vasta mayoría de la población mexicana que tiene hincada en la religión su vasta cosmogonía cultural. Eso lo sabe sobradamente bien López Obrador y por ello utiliza ese recurso sin que tenga el menor empacho en violentar su investidura como Jefe del Estado mexicano, lo cual tiene efectos potencialmente delicados para la vida institucional de cualquier país, así aquí creamos que no pasa nada y que se vale todo.
En su gira esta semana por el sureste mexicano, López Obrador dejó ver de nueva cuenta un talante que es más bien propio del patriarca de una tribu que de un presidente constitucional al afirmar que “no mentir, robar ni traicionar ayuda evitar contagios de coronavirus”. ¡Habráse visto! Exclamarían muchos veteranos del país. O ver para creer, añadirían otros para expresar su incredulidad ante tamañas expresiones presidenciales en tiempos de pandemia.
Cuando escucho esos lances verbales del presidente me lleno de preocupación y desasosiego al preguntarme si el primer mandatario nacional se refugia en un discurso más propio y en el menos peor de los casos de un patriarca que nada tiene que ver con las exigencias de un país que merece una visión de Estado para efectivamente “domar” la voraz pandemia, que goza ella si de cabal salud, y amenaza con prolongar en el tiempo su letalidad.
Parte del desmadre que confrontamos como país, quizá por eso López Obrador es tan popular, deriva del momento en que se inauguró esta misma semana la denominada etapa de “la nueva normalidad” con la reactivación de áreas económicas y productivas críticas como la construcción, el transporte y la minería. Vea usted lo que tenemos: un semáforo federal, pero una instrumentación por cuenta y riesgo de los Estados y por supuesto de la Ciudad de México, el epicentro de la pandemia.
López Obrador, tan hábil y astuto como buen político para él, se deslinda de las decisiones de los ejecutivos estatales en nombre de la democracia y la libertad. “No nos vamos a pelear con nadie”, presume. Obvio, retoma la conducta de Poncio Pilatos y ya resolvió o para decirlo coloquialmente, de esta forma esquiva el bulto de la responsabilidad. Pues es bien fácil así gobernar.
Vale recordar que esta conducta la practicó durante la crisis del “culiacanazo” en octubre pasado. En medio de la peor crisis que se haya vivido en el país por la detención de un presunto capo del narcotráfico, López Obrador se escurrió a Oaxaca y dejó a cargo a sus “achichincles”, digo, a los miembros de su gabinete de seguridad. Que resuelvan ellos. Es una buena forma para él de eludir el bulto. ¿No?
De las cifras, estimaciones y registros sobre el Covid-19, pues es mejor no hablar. Tampoco de la duración de la pandemia ni de sus fases y mucho menos de los días pico. Los rangos de estimación del doctor Hugo López Gatell son laxos, tan flexibles y de tan baja credibilidad, que uno llega al extremo de coincidir con Javier Alatorre cuando llamó a no creer al vocero.
“Se lo decimos con todas sus palabras, ya no le haga caso a Hugo López-Gatell", dijo Alatorre.
Un día después del presunto desaguisado en el noticiario estelar de Tv-Azteca, López Obrador lo exoneró y aún apapachó. “Se equivocó mi amigo Javier Alatorre”. Fin del desmadre. ¿Y usted, usted que cree?

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@RobertoCienfue1