En tiempos del neoliberalismo económico mexicano, inaugurados por el hoy ex presidente Carlos Salinas de Gortari –también hoy colocado en la terrorífica lista de la quinteta enjuiciable-, el gobierno presumía que México estaba en la antesala de su incorporación al llamado primer mundo.
Como prueba de ello aludía la incorporación nacional al llamado club de los países ricos agrupados en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
En la narrativa oficial, el país despegaba como nunca antes, incluso al hacerse socio económico y comercial nada menos que de Estados Unidos y Canadá, algo inalcanzable y aún inimaginable para ningún otro país latinoamericano y/o caribeño. De hecho, México tomaba distancia de sus vecinos allende la frontera sur. Para resumirlo, México sólo se juntaba con los ricos y poderosos, a cuya sombra se acogía y más aún, pretendía competir casi en forma paralela pese a sus desigualdades patéticas todavía hoy.
Un solo detalle afeaba escenario tan luminoso: los 50 millones de mexicanos pobres. Circulaba con profusión una frase atribuida a Salinas de Gortari, según la cual México cabalgaba en caballo de hacienda o iba en góndola como gustan decir los venezolanos, aunque sobraban al país 50 millones de pobres.
Tres décadas después, la 4T seduce y gobierna bajo la promesa de “primero los pobres”. Se impulsa una transformación pacífica –reivindica el gobierno- con la mente y el corazón puestos al servicio de los más desvalidos, los más vulnerables y los más ignorados o desdeñados durante los casi 40 años del ejercicio e instrumentación de una política económica que enriqueció a unos cuántos y empobreció a muchos. Nadie en su sano juicio puede negar la bondad y aún la necesidad de rescatar y aliviar el drama de vida que en forma cotidiana sufre una inmensa mayoría de mexicanos, nadie.
Junto con este enfoque socio-económico y político, que puede ser incuestionable desde muchos ángulos, surge sin embargo una práctica, una visión y/o un enfoque segregacionista de naturaleza negativa, inconveniente desde el punto de vista económico e incluso potencialmente peligroso para la unidad y el progreso acompasado e integrado del país, visto como uno solo y un todo por la suma de sus partes.
Se trata de una política segregacionista porque si bien privilegia –relativamente- al sector más débil de la sociedad, incurre en el desdén de buena parte si no es que de todos aquellos otros que también forman parte de México, y –lo peor de esta política- estigmatiza, castiga, flagela y aún humilla y ridiculiza a sectores del país, que al menos constituyen la mitad de la población mexicana, al menos insisto.
Resulta correcta me parece la política pública de privilegiar o atender predominantemente a los que menos tienen en todos los sentidos. Pero resulta cuestionable y aún peligrosa la descalificación implacable y con los amplios recursos de un gobierno de todo aquel sector, grupo, actor político, empresario, inversionista, medios de difusión, periodistas, organismos civiles, instancias institucionales o simplemente críticos de una gestión gubernamental. La segregación o exclusión, más la descalificación por sistema de estos segmentos, empobrece a México y degrada la democracia nacional. La voz y el poder único, absoluto y aspiracionalmente total, enferma al país en su conjunto y limita sus potencialidades económicas, culturales, sociales, políticas, científicas y tecnológicas. Nunca uno es mejor que dos y así hasta el infinito, nos enseñan las matemáticas.
Sería prolijo enumerar en este breve espacio las polarizantes y sistemáticas descalificaciones hacia quienes disienten hoy en México y aún critican el rumbo nacional. A todos ellos se les segrega como siempre ocurre bajo esquemas de gobierno y mando verticales, que se aíslan, se imponen y se desgastan por estar siempre al frente de una estrategia a la larga siempre infructuosa de defensiva-ataque, a diferencia de los sistemas horizontales, que resultan mucho más plurales, creativos y redituables para todos y no para unos cuantos, así éstos últimos se consideren así mismos los dueños únicos de la verdad nacional e histórica. Ojalá reflexionemos para evitar la imposición de una especie de Apartheid sólo por el hecho de disentir, señalar y pensar de una forma diferente.
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@RobertoCienfue1