Pelea voto por voto

Al cierre de este comentario en las primeras horas de este miércoles, la carrera por la presidencia de Estados Unidos entre un rudo como Donald Trump y un técnico como Joe Biden, parecía un final de fotografía que se revelaría con el resultado de cuatro, entre ellos Michigan, en el medio oeste y Pensilvania, cuna de la Declaración de Independencia y de la Constitución de ese país, y hoy epicentro de una pelea voto por voto.
Aún por contar los estados de Carolina del Norte y Georgia, ambos con una diferencia a favor de Trump de dos puntos porcentuales y escrutado el 94 por ciento de los sufragios. Pensilvania podría definir la historia con sus 20 votos electorales y un recuento aún pendiente de más del 30 por ciento de los sufragios.
 
La sombra del desborde de Trump en busca de reivindicar un triunfo antes del conteo final se hizo más densa anoche cuando proclamó su victoria y puso en la mesa el reclamo de fraude.
 
Más sereno y profesional, el técnico Biden apeló a la calma y a esperar el resultado del cómputo comicial completo.
 
La mesa está servida para una larga pelea postelectoral, con el riesgo de que los correligionarios, seguidores y milicianos armados irrumpan en las calles estadunidenses para arrebatar con sus argumentos de violencia lo que pudieran interpretar, fieles a sus criterios barbáricos, como el imposible triunfo del demócrata.  Nada hasta este momento puede preverse, darse por sentado y tampoco descartarse. Hay signos ominosos para Estados Unidos con un bárbaro como Trump que rebasan las fronteras de la potencia y que podrían perderla en una espiral indeseable y aún borrarla del mapa mundial como un referente democrático.
 
Una eventual y no descartable reelección de Trump echaría por la borda la esperanza de un realineamiento con las formas y prácticas conocidas, y anticiparía más de las mismas políticas inauguradas hace cuatro años, pero potenciadas seguramente por la arrogancia del erventual triunfo.
 
Adiós a las expectativas creadas por un técnico como Biden de reconstruir la política estadunidense con base simple y sencillamente en criterios de racionalidad, predictibilidad y civilidad. Por segunda vez consecutiva fracasaría el intento demócrata de preservar las formas políticas tradicionales. No habría alcanzado esta fórmula para convencer al electorado estadunidense de reasumir el pasado como la mejor forma de proyectar el futuro.
 
En lugar de esto, ganaría la opción disruptiva, altanera que en los últimos cuatro años ha encarnado el magnate del ladrillo, una especie de vaquero del viejo oeste, siempre listo para dar una sorpresa con el dedo en el gatillo. Para el votante promedio de Estados Unidos quizá esta fórmula resulte hoy más atractiva y emocionante hacia el porvenir inmediato.
 
De confirmarse la victoria de Trump será un hecho que el conservadurismo más duro del partido Republicano pudo reimponer su ley en un mundo convulsionado por la pandemia de la Covid-19 y una crisis económica global que seguramente se prolongará por varios años más ante el derrumbe de las formas, prácticas y en cierto grado instituciones conocidas desde el término de la Segunda Guerra Mundial y la instauración del orden que hoy se estremece. En ese mundo, cuajado de incertidumbre, es que imperaría un empresario prestado a la política como Trump. 
 
Se acentuarían casi seguramente fenómenos como el aislacionismo, el nacionalismo a ultranza, la xenofobia, las políticas comerciales más restrictivas y/o selectivas, la degradación del medio ambiente y el fortalecimiento del corporativismo multinacional como un eje central para usufructuar el globalismo desde una óptica mucho menos solidaria y mucho más utilitaria o pragmática.
 
Para México y el gobierno de la 4T tampoco sería sencillo lidiar con Trump otros cuatro años, aun y cuando en la esfera oficial se haya apostado por el triunfo del republicano, quien cumple a cabalidad la máxima del ex titular del Departamento de Estado estadunidense, John Foster Dulles: “EEUU no tiene amigos, tiene intereses”, una frase que define con claridad absoluta la brújula que domina el derrotero estadunidense bajo Trump.
 
Con Trump en la Casa Blanca, se reducirían los márgenes de la 4T, así y se insista en la estrecha relación de amistad entre ambos países, y en particular, la que vincula a los dos presidentes. La reelección de Trump, algo todavía no descartable, sellaría la suerte de la 4T y la haría particularmente más vulnerable por el tipo de relación establecida desde el origen de ambas administraciones. No se espere en este sentido sino una mayor supeditación a los mandatos de la Casa Blanca en materias críticas para el país como migración, economía, narcotráfico y trasiego de armas.
 
Habrá que esperar como propuso Biden, el moderado, aún y cuando haya amanecido,  las sombras acechen, permanezcamos sin ver y mucho menos saber.
 
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@RobertoCienfue1