¿Hasta cuándo?

Entre lamentos, promesas incumplidas y una impunidad prácticamente total siguen los asesinatos de periodistas en México, clasificado entre los países de mayor letalidad para los practicantes del mejor oficio del mundo, así descrito por nada menos que el extinto Nobel de Literatura colombiano, Gabriel García Márquez.

 Recién al cierre de octubre, el periodista y conductor Arturo Alba Medina fue asesinado a balazos en Ciudad Juárez.

El gobernador de Chihuahua, Javier Corral, confirmó el asesinato del comunicador y prometió “justicia”.

Alba Medina, conductor de Multimedios Televisión, fue ultimado unos minutos después de terminar su programa informativo.

La organización Reporteros sin Fronteras dijo que este año suman seis los periodistas asesinados en México.

Recién el nueve de septiembre, el periodista Julio Valdivia, del diario El Mundo de Veracruz, fue asesinado y decapitado.

El joven periodista Israel Vázquez Rangel, de 31 años, también fue asesinado hace unos días, en vísperas paradójicamente del Día Internacional para Poner fin a la Impunidad de los Crímenes contra los Periodistas, el 2 de noviembre.

Sobre este asesinato en Guanajuato, el representante de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México (ONU-DH), Guillermo Fernández-Maldonado, dijo que se trata de un hecho “alarmante”.

Vázquez Rangel colaboraba en el portal El Salmantino. Fue atacado a balazos cuando cubría una noticia en la colonia Villa Salamanca 400. Aún con vida fue llevado a un hospital, donde murió.

El asesinato de Vázquez Rangel “ratifica la situación de vulnerabilidad en la que se encuentran muchos periodistas en México, especialmente aquellos que desarrolla su importante labor en zonas de alto riesgo”, destacó Fernández-Maldonado.

El funcionario de ONU-DH convocó a “redoblar esfuerzos para prevenir, investigar y sancionar estos ataques” con el propósito de poner fin a esta grave y violenta tendencia.

Y sin embargo, nada pasa.

Cada vez que asesinan a un periodista sólo se registran lamentos en México, un país inmerso de manera profunda en el salvajismo aun y cuando se niegue. Uno más ¿Qué importa? Si acaso a los deudos de la víctima como también pasó en Tabasco en el caso del periodista Juan Carlos Huerta, de 45 años, o el de su colega, Santiago Barroso Alfaro, de 48 años. acribillado en su casa, al abrir él mismo la puerta de su domicilio en San Luis Río Colorado. Cuatro disparos de bala le arrebataron la vida.

“Es lamentable lo que está pasando en esos atentados contra la libertad de expresión y el ejercicio de la libertad periodística”, dijo Alejandro Encinas, subsecretario de Gobernación, en marzo del 2019.

“Nosotros vamos a dar las garantías, junto con los gobiernos estatales, para esclarecer estos hechos tan lamentables”, refrendó Encinas hace más de un año. Listo. Lamentos y promesas, hoy como ayer.

Encinas confirmó que suman seis los periodistas asesinados en lo que va del gobierno de López Obrador.

De igual forma, el ex secretario de Seguridad Pública federal, Alfonso Durazo, publicó en Twitter: “Expreso mi más sentido pésame por el asesinato del periodista Santiago Barroso en San Luis Río Colorado, Sonora, y manifiesto a las autoridades locales la plena disposición de la //twitter.com/@SSPCMexico">@SSPCMexico para colaborar en la investigación correspondiente”. Más de lo mismo. Durazo incluso ya dejó su cargo y persigue otro.

A mediados de febrero del 2019, también en Sonora, los periodistas Reynaldo López y Carlos Cota fueron atacados por un grupo de sicarios en Hermosillo; uno de ellos falleció y la fiscalía arrestó a cinco presuntos responsables, quienes señalaron que confundieron el vehículo que abordaban los comunicadores.

Repetiré lo que dije en mayo de 2018 en este mismo espacio: “ya casi nadie se inmuta en el país del asesinato a balazos, como en el caso aludido, de un periodista (Huerta, o Barroso Alfaro, y otros más, en cualquier caso es lo mismo).

Incluso y con aires de sobrada suficiencia moral se mata con la palabra, o la conseja al indicar o sugerir la tesis popular y corriente de que en algo raro o ilícito debió estar incursa la víctima para recibir semejante castigo. Si lo mataron es casi casi porque se lo merecía, sugiere o propone como explicación la vox populi o el responsable directo de impedir este tipo de hechos, y por supuesto de castigarlos de manera expedita como única fórmula contra la repetición y la impunidad que llega aparejada en casi todos los asesinatos de periodistas registrados en el país durante los últimos años.

A Huerta lo asesinaron cuando salía de su domicilio en la ciudad de Villahermosa. Hombres armados llegaron a bordo de dos vehículos, le obstaculizaron el paso y abrieron fuego. En segundos le quitaron la vida. Simple, tanto como atroz.

Un registro público tomado de La Jornada recuerda que el 6 de enero de 2018 fue asesinado José Gerardo Martínez Arriaga, editor de la agencia de noticias de El Universal.

Siete días más tarde, Carlos Domínguez Rodríguez, de 77 años, del Diario de Nuevo Laredo, corrió igual suerte al recibir 21 puñaladas en esa localidad fronteriza.

Leobardo Vázquez Atzin, quien durante años trabajó para el periódico La Opinión, y tenía un portal de noticias llamado Enlace Gutiérrez Zamora, murió asesinado en marzo.

En 2017 fueron asesinados 12 periodistas, según Amnistía Internacional, que indicó que la violencia extrema aumentó ese año en todo México.

El asesinato de Huerta coincidió con el primer aniversario del ataque armado que costó la vida de Javier Valdéz, el periodista sinaloense abatido en las calles de Culiacán.

¿A quién le preocupa? Y como en una tabla aritmética no es difícil advertir que conforme crezca el desdén, en la misma proporción, se multiplicarán los crímenes. Es la norma proporcional.

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@RobertoCienfue1