El hecho de que hasta ahora Estados Unidos se haya ahorrado la violencia alentada por numerosos medios por Donald Trump, el presidente saliente de la Casa Blanca le guste o no, es causa afortunada para exhalar sólo medio suspiro de alivio. La otra mitad del suspiro sólo podrá completarse el 20 de enero próximo. Ojalá y llegue. Vayamos a los hechos. Hasta ahora es una verdad incontestable que el abanderado demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Joe Biden, superó por 74 votos en el Colegio Electoral al infando Trump,
quien sigue en la insostenible cantaleta de fraude electoral, eso sí sin ninguna prueba sólida.
De allí que por los últimos 20 días siga vivo el temor sobre lo que pueda ocurrírsele a una mente malsana y vengativa como la del perdedor de las elecciones antes de que se convierta en automático en un ciudadano más de a pie, que seguramente responderá en esa condición a una serie de demandas por evasión de impuestos y aún el silencio pagado de sus víctimas sexuales.
Antes que noticias sobre los preparativos para la transición presidencial, lo que sería lógico y sano, Estados Unidos vive en medio de un creciente desconcierto e inquietud por el efecto psicológico que experimenta o registra el señor Trump, acompañado de sus aduladores y cómplices y su efecto entre sus seguidores de base, una capa poblacional tan amplia casi como 74 millones de votantes, una cifra nada desdeñable, pero altamente peligrosa.
En una píldora, poco menos de la mitad de los electores parece haber contagiado de la dolencia mental de negación de la realidad que aqueja al todavía inquilino de la Casa Blanca.
Más allá de todo tipo de teorías para explicar el fenómeno, podría decirse que lo que queda es el racismo que forma parte integral simplemente del nacimiento y evolución de Estados Unidos, primero contra los pobladores originales de ese territorio, luego contra los afroamericanos y finalmente contra todo aquel que no sea anglosajón.
Sobra decir que el país vecino atraviesa -ojalá y termine de hacerlo- por una situación difícil de creer y que, de llegar a su “llegadero lógico”, tiene el potencial de servirle al perdedor en bandeja de plata una situación que puede permitirle terminar de subvertir no sólo las elecciones estadunidense, sino acabar con la democracia. Así, y aunque parezca increíble advertirlo. Sería peor por supuesto que llegara a pasar algo así.
A estas alturas, el perdedor ya prácticamente ha agotado todas las vías legales disponibles, tras ver desestimadas docenas de demandas en varios estados. En algunos casos, los argumentos son risibles y la falta de elementos de prueba, absoluta. Es un verdadero circo de chapuzas y delirios; un matrimonio perfecto de ineptitud y corrupción.
Para muestra un botón: la conferencia de prensa de Rudy Giuliani, quien se ha despeñado desde la cumbre de reconocimiento a la que ascendió gracias a la acertada manera en que condujo la ciudad tras los ataques terroristas del 11 de septiembre. La conferencia de prensa, en vez de realizarse en el Hotel Four Seasons, de la red hotelera mundialmente conocida, se llevó a cabo en un pequeño negocio de jardinería llamado Four Seasons Landscaping.
Lo peor del sainete: Giuliani y su equipo confundieron Michigan con Minnesota. Es decir, que su denuncia de irregularidades en el acto comicial y en los escrutinios fue producto de un error garrafal, pero a quién le interesa ese detalle ...
El único camino que le queda a Trump para mantenerse en el poder y evitar el encausamiento civil y penal que le espera al poner el pie fuera de la Casa Blanca es el de la vía de hecho, y no hay nada que haga pensar que existe en esa mente enferma algún asomo de escrúpulo que lo frene antes de traspasar esa última raya sin retorno.
Después de todo, Trump sigue repitiendo en persona y en tuits que le robaron las elecciones. Mientras más lo repite, más le creen sus afiebrados fanáticos y más se van sumando acólitos republicanos en cargos públicos de responsabilidad, no todos ni la mayoría, pero los que lo hacen causan inquietud.
Tras fracasar en un intento descarado de intimidar personalmente, por vía telefónica, a integrantes de la comisión electoral de Michigan para que no certificaran los resultados comiciales, el perdedor llegó incluso a convocar a la Casa Blanca a los presidentes del senado y la cámara de diputados de la asamblea legislativa estatal de Michigan, Mike Shrikley y Lee Chatfield, con la propuesta de que anulen el nombramiento de los fideicomisarios electorales (electors) de ese estado, que están obligados a votar según los resultados oficiales, modificar ciertas disposiciones legales y nombrar fideicomisarios leales a él. Es claro que Trump llegó al colmo el viernes pasado al sugerir que se desatienda de modo absoluto la voluntad del electorado de ese estado para darle la victoria a él. Al salir de la reunión en Washington, ambos políticos republicanos declararon públicamente que van a seguir las leyes y los procesos ya establecidos, es decir, que no van a hacer lo que Trump les pidió. Queda algo sensato.
El tiempo que falta para la asunción de Biden el 20 de enero es todavía muy peligroso porque Trump seguirá usándolo, salvo que ocurra un milagro mental, para enfebrecer la cabeza de su base, hasta el punto de que algunos de sus fanáticos cometan actos de violencia que provoquen alguna reacción violenta, y que eso pique y se extienda, hasta el punto de que Trump se sienta suficientemente justificado para decretar un estado de excepción, suspenda las garantías y el estado de derecho, y saque a los militares a la calle.
Es cierto, resulta increíble decir esto de Estados Unidos, pero no es descartable en ningún punto.
La base trumpista está cerradamente negada a aceptar como válidas las elecciones presidenciales. No hay forma ni manera, ni argumento ni razonamiento que valga, para hacerlos ver la realidad y entrar en razón.
Una enfermera de Dakota del Sur, un estado donde la idea predominante parece ser que la pandemia es un invento y mucha gente ni se distancia ni usa tapabocas, ya dijo que muchas de las víctimas del coronavirus, tendidas en una cama de cuidados intensivos, se van de este mundo negando la existencia del virus. ¿Qué se puede esperar de una posición así?
Aún así, hay también muchos observadores que alientan la esperanza. Dicen que no hay vía legal alguna que permita que Trump le dé la vuelta a los resultados electorales, que las amenazas de violencia provienen de un grupo muy reducido de gente y que el país va a concretar la transferencia de poder debidamente. Ojalá.
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@ RobertoCienfue1