Ayer domingo, como cualquier otro domingo, nos hemos vuelto a enterar como ya se hace una costumbre, de una nueva matazón. Esta vez fue en Zacatecas. Catorce personas, entre ellas un menor, perdieron la vida de manera violenta. Lo mismo se repite en otros estados cada fin de semana y
prácticamente a diario. Ya se nos hizo costumbre. El país vive en medio de la muerte cotidiana, ya sea por la pandemia del coronavirus, la violencia armada y criminal, u otras causas.
Y sin embargo, poco o nada nos inmutamos ya. Transitamos por la vida sin que la muerte violenta nos intranquilice, perturbe y tampoco indigne. Tampoco sin que accionemos alguna forma de protesta, exigencia o reclamo a quienes fungen como gobernantes, desde el poder nuclear que constituyen los alcaldes, pasando por los gobiernos de las entidades federativas y tampoco al gobierno federal.
Las personas de este país pueden seguir muriendo en números cada vez más elevados. En el sexenio en curso, los homicidios dolosos rebasan el número de 90 mil. Y aun así, nuestra reacción en general se expresa si acaso en un encogimiento de hombros. O tal vez al consuelo de que ni de nuestra familia era la víctima, y mucho menos se trata de uno mismo. ¿A quién le importa la muerte mientras no nos resulte cercana o propia? Vaya pasmo nacional sobre este y otros asuntos de interés clave o crucial, que cercenan la posibilidad de un desarrollo nacional y sepultan incluso la civilidad del país, así y esto último parezca demasiad exquisito de mencionar.
Si ni siquiera ya nos sorprende, mucho menos imaginamos un reclamo, una exigencia al poder constituido que presuntamente gobierna este país sin poder siquiera garantizar su tarea más básica, esencial: garantizar la seguridad física y patrimonial de sus gobernados.
Nos hemos convertido en cómplices por omisión de los tres niveles de gobierno, incapaces de impedir la muerte violenta de miles de mexicanos. La violencia domina vastas extensiones territoriales. Dicen nuestros vecinos del norte que más del 30 por ciento del territorio mexicano está desbordado por el crimen.
Uno se pregunta si el incumplimiento de esta tarea crítica y esencial del gobierno no bastaría para reprobar una gestión pública completa. ¿Cómo dar viabilidad al país si esto del crimen sigue rebasando a cuánta autoridad -así se le llama- se le ponga enfrente. No hay resultados positivos en la tarea número uno del país: apaciguar el crimen, garantizar la vida y el fruto del trabajo de los gobernados. ¿Pues de qué récords hablamos? México se desangra y muere en cualquier punto de la geografía por la violencia criminal que goza de cabal salud, la misma que falta y cuesta las vidas de otros miles de mexicanos por la pandemia inclemente, voraz y aún incontrolada.
¿Qué podemos esperar de otras tareas, también críticas, si la violencia nos devora y la impunidad campea? ¿Cómo impulsar y aún garantizar un mejor estado de cosas en otras áreas críticas para el desarrollo de cualquier país? No hemos podido contener el crimen, la violencia ni la muerte, pese a todo tipo de promesas, compromisos, arengas, comparativos insultantes y hasta la creación de la llevada y traída Guardia Nacional, o los plazos establecidos por el titular de la presidencia de este país.
Lo peor es que ya se hizo una costumbre.
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@ RoCienfuegos1