Fragilidad

Entre las consecuencias, infinitas y todavía por evaluar, que ha generado en el mundo la pandemia por el coronavirus, resaltan el accionar sin

precedentes de la comunidad científica para producir un antídoto en una carrera contra el reloj también inédita, y al mismo tiempo una casi súbita y creciente percepción sobre la vulnerabilidad extrema de las personas. Añada usted la guerra oculta entre países pobres y ricos por las vacunas y la estulticia extrema de las farmacéuticas por su negativa a compartir o hacer menos inaccesibles los antídotos, la única alternativa hasta ahora para sortear en algún grado el fenómeno sanitario.

Conforme a la Organización Mundial de la Salud, a febrero de este año se cuenta al menos con siete vacunas distintas que se administran por los países en al menos tres plataformas, poniendo prioridad en todos los casos a las personas vulnerables.

Según la misma fuente, hay más de 200 vacunas experimentales en desarrollo, de las cuales más de 60 están en fase clínica. La finalidad del Mecanismo COVAX, que forma parte del Acelerador ACT puesto en marcha por la OMS de consuno con sus asociados, es detener la fase aguda de la pandemia de COVID-19.

Cuando estamos muy cerca de cumplir dos años de pandemia, las cifras sobre el número de personas vacunadas convocan  a nuevas interrogantes y más al escepticismo que a un razonable optimismo sobre la pronta contención de este flagelo sanitario, que sigue en auge al cobrar todavía muchas vidas, y poner en riesgo a otras tantas, entre ellas incluso a quienes tienen el esquema completo de inoculación, lo que trasunta en esta última circunstancia la vulnerabilidad de las personas en un mundo que para sorpresa e incredulidad de muchos resulta cada vez más inseguro e incierto, debido a que casi nada está garantizado en este globo tecnologizado y aún de fuerte aunque desigual desarrollo, ni siquiera en el plazo inmediato, con excepción de la enfermedad y/o la muerte.

Un balance del proyecto “Our World in Data” de la Universidad de Oxford, Inglaterra, citado por el diario The New York Times en abril pasado, hizo saber que poco más de 806 millones de dosis de vacuna contra el Covid-19 se han suministrado. Esos números indican la brecha de vacunación respecto a una población global estimada en unos siete mil millones de personas de todas las edades.

Según “Our World in Data”, los países que más dosis han suministrado, son Estados Unidos con 189,6 millones; China con 171,9 millones; y la India con más de 108,5 millones; Reino Unido, con más de 39,8 millones; y Brasil, con unos 27,4 millones de dosis aplicadas.

Se añade a este panorama, la crisis de derechos humanos sin precedentes, asociada al control mayoritario de una media docena de empresas del suministro de las vacunas como consecuencia de su negativa a compartir sus derechos de propiedad intelectual y tecnología para elaborar las vacunas, y aún la prioridad con la que privilegian la venta de sus antídotos a los países ricos.

Otra vez  de acuerdo con las estadísticas del portal Our World in Data, solo un 2% de la población de los países de bajos ingresos ha recibido las dos dosis de la vacuna contra la covid-19, mientras que la media global se coloca en 43,7%. 

Al respecto y en declaraciones hechas públicas hace sólo unos días, Agnès Callarmard, Secretaria General de Amnistía Internacional, dijo que en Europa ya se está vacunando a los niños, pero en muchos de los países con bajos ingresos ni siquiera el personal sanitario ni las personas de riesgo están vacunadas.

“La solución está en las manos de las farmacéuticas, de los gobiernos, y no está siendo llevada a cabo: se trata de la mayor injusticia de nuestro decenio”, agregó Callarmard.

¿Qué viene? Es altamente complejo predecirlo incluso para los científicos que siguen afanándose al extremo para encontrar una fórmula definitiva y otras alternativas médicas contra la pandemia. Hay quienes prevén incluso que será hasta el verano del 2022 cuando comience a ceder el peor fenómeno sanitario de nuestro tiempo.

Una certeza sí podría arrojar la pandemia: sobrevivimos en un mundo absolutamente incierto, plagado de riesgos y donde la vida, que inadvertidamente juzgamos un hecho, es cada vez más frágil y fugaz, lo que debería darnos nuevas luces para actuar en consecuencia y consonancia con ese hecho escueto, pero irremisible de nuestros tiempos.

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@RoCienfuegos1