A los problemas del país, de suyo graves, se ha añadido la circunstancia médica del presidente Andrés Manuel López Obrador, que confiamos no sea
delicada y si lo es, resulte como ha sido hasta ahora, debidamente atendida por especialistas, civiles y militares. En riesgo están el primer mandatario y la salud de la República.
Vaya situación que se planteó el viernes pasado cuando el presidente tuvo que ser llevado al Hospital Central Militar para recibir atención médica. El vocero Jesús Ramírez Cuevas, por instrucciones expresas o por iniciativa propia -se desconoce- twiteó el informe sobre la visita del presidente al centro hospitalario. Expuso que se trataba de llevar a cabo una revisión médica de rutina programada.
Más tarde, sin embargo, el titular de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, dijo que por los antecedentes médicos del presidente, se le realizan estudios médicos preventivos cada seis meses, entre ellos laboratorio, electrocardiograma, prueba de esfuerzo y/o tomografía. Añadió que con base en los resultados de su último chequeo -cuya fecha no fue precisada- el equipo médico que lo atiende consideró necesario realizar un cateterismo cardiaco, que se realizó la tarde del viernes.
En este examen, añadió el titular de Gobernación, se encontraron el corazón y las arterias del señor presidente sanos y funcionando adecuadamente. No fue necesario realizar ningún otro tipo de intervención y fue un procedimiento breve que duró alrededor de 30 minutos.
Según el comunicado de Gobernación, el señor presidente se encuentra en perfecto estado de salud y seguramente el día de mañana -sábado- reanudará sus actividades con normalidad.
En efecto, López Obrador reapareció el sábado en Palacio Nacional. Dio un mensaje al país sobre su estado de salud, pero reveló que pasó una noche en el hospital central militar.
Llamó por supuesto y muchísimo la atención nacional que el presidente haya asumido como un riesgo la posibilidad de morir, al sostener que está obligado a “tener en cuenta la posibilidad de una pérdida de mi vida”. Así lo dijo, lo admitió pues.
Enseguida también reveló que tiene un testamento político para eso, se entiende para la eventualidad de morir. Dijo sin embargo que afortunadamente “no va, creo yo”.
Por el contrario, dijo que ese testamento “no va a necesitarse y vamos a seguir juntos” porque los médicos lo autorizaron a hacer su vida normal, que puede aplicarse a fondo y que hay presidente para un tiempo, “el necesario, el indispensable, el básico”.
Hay que anotar un par de hechos en esta circunstancia, altamente delicada para el presidente y por supuesto para el país entero. Uno es que López Obrador enfrenta problemas de salud, potencialmente delicados, el otro que él mismo acepte la posibilidad y/o el riesgo de perder la vida durante el tiempo que le resta a su mandato.
Sobran las razones y/o motivos para apelar a la resistencia física del presidente, cuyos encuentros médicos preocupan. Esperemos que los médicos responsables de atenderlo y cuidar de él en esta etapa difícil, delicada, de su vida, hagan lo correcto.
Como sabemos, México confronta una crisis multifacética. Sería catastrófico que se añadiera un episodio indeseable. Así que como se dice “ni Dios lo mande”.