Ojalá que en el caso de los asesinatos de periodistas en México, ocho en menos de tres meses este año, -una cifra delirante- se actuara con la misma
vehemencia que cada mañana se observa en Palacio Nacional contra cuanto blanco fijo o movible se atraviesa en la ruta. De ser así, si, de actuarse con igual vehemencia y aún beligerancia, otro gallo cantaría a los periodistas de este país, hoy bajo asedio de todo tipo.
Un recuento sobre el octavo asesinato en lo que va de este año de un periodista en México, indica que seis semanas antes, Armando Linares, apretaba sus ojos y ahogaba el respiro para contener sus lágrimas mientras informaba en un video del asesinato de su colega Roberto Toledo.
En declaraciones hechas esa vez, Linares decía: “vamos a seguir señalando corrupciones... aunque la vida nos vaya en ello”. Se le fue a manos criminales, de la misma forma que en otros casos hasta sumar ocho este año. Saben que pueden hacerlo y que muy difícilmente serán atrapados y menos aún castigados.
Hace dos días, la esposa, hijos, hermanos y amigos de Linares se preparaban en una modesta funeraria, en medio de una gran consternación, para enterrarlo.
La viuda de Linares, Rosa Elena Pedroza, relató que él nunca se dobló ante nadie. Al menos, dijo, “Murió haciendo lo que le gustaba, era un valiente”. Esto pese a las amenazas que recibió y el asesinato de Toledo.
Es cierto, Linares estuvo bajo custodia por un mes de la Guardia Nacional. Se la quitaron porque todo parecía tranquilo, parecía hasta que criminales llegaron. Así nomás, como se ha hecho otras siete veces sólo este año.
Hasta la casa de Linares llegaron los verdugos y de varios disparos por arma de fuego, le quitaron la vida. Simple, sencillo. Matar es fácil hoy en México, y más fácil aún gozar de impunidad. Después viene el silencio, como el minuto guardado en el Senado para honrar la memoria de Linares y listo. A otra cosa, o a otro crimen, lo que suceda primero.
Después de ocho asesinatos de periodistas en menos de los tres meses transcurridos del año, hace falta más que el silencio. Se requiere vehemencia para investigar, para castigar y para evitar la impunidad. Una vehemencia como la que se exhibe cada mañana en el templete de Palacio Nacional para repudiar a los adversarios, así se les haya declarado hace tiempo derrotados moralmente. O una vehemencia comparable a la que se utiliza contra periodistas considerados adversarios, enemigos, o críticos. Sólo así podrá frenarse la ola de asesinatos en contra de periodistas, lo mismo que de miles, sí, de miles de mexicanos bajo el asedio, también vehemente, del crimen.¡Carajo!
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@RoCienfuegos1