No parece una buena idea pelearse y desairar al vecino del norte, menos cuando México tiene intereses fundamentales en y con esa nación,
que deben defender porque hacerlo es un deber constitucional y la preservación del interés supremo del país, el cual constituimos todos los mexicanos. Sobra apuntar que la diplomacia constituye la vía ideal y adecuada para defender esos intereses que atañen a la vida de millones de mexicanos dentro del territorio nacional y aún en el del vecino. No debería decirse esto, pero hay que señalarlo porque por vez primera en décadas parece olvidarse, desdeñarse. No se me ocurre pensar en que se ignoren estos deberes, que obran a favor de México y su población de manera legítima.
En forma coloquial solemos decir que a la fuerza ni los zapatos entran. Así que lo menos que sugiere el desdén de Palacio Nacional a la Casa Blanca a propósito de la Cumbre de las Américas es que se opine qué, por un desplante público, Washington cederá. Es un hecho que a veces ni siquiera la razón es útil para preservar un interés. La mayoría de las veces se requieren mucha inteligencia, astucia, buenas maneras, paciencia, más un tono adecuado, para garantizar el triunfo de intereses. En todo caso, esa postura mexicana de condicionar a la Casa Blanca, debía haberse negociado en privado, con argumentos y acuerdos de las partes, si lo que se pretendía es cambiar un estado de cosas para beneficio de una postura diplomática e incluso principista, pues para eso existe la diplomacia, que -sobra decirlo otra vez- tiene sus propios cauces, ajenos a la arenga pública y él viva México, cabrones. La diplomacia es en mucho el arte de la negociación privada e inteligente y bien modulada. Ningún gobierno, y menos si este representa intereses críticos para su vecino, por ejemplo, cederá bajo presión.
De sobra es conocido que para México nunca ha sido sencilla esta relación, especialmente por la asimetría entre estos dos países, uno, el nuestro. Desde el desmembramiento del territorio en el siglo XIX, sellado con los tratados de Guadalupe-Hidalgo en febrero de 1848, hasta nuestros días, México ha tenido la dicha y la desdicha de compartir la vecindad geográfica con los Estados Unidos.
México ha escrito capítulos estelares dentro del arte de la diplomacia, muchos de ellos en la defensa incluso de la soberanía de países caribeños, centroamericanos, y aún en relación con países de Europa y Asia.
Sería prolijo enumerar en este breve espacio la serie de aciertos históricos como fruto de una diplomacia que durante décadas fue un estandarte nacional. Háblese del exilio español, de la defensa de Cuba en los 60´s, de los Grupos de Río, de Contadora, del Pacto de San José al lado de Venezuela, del Grupo de los Tres con Colombia y Venezuela y muchos otros. El papel de la diplomacia mexicana en los años de la guerra centroamericana dio lustre a nuestro país y paz en la región, cuyos diplomáticos dejaron los gritos y sombrerazos, para de manera inteligente, cauta, argumentativa y firme, impedir estropicios mayores en una zona geográfica clave para la geopolítica mexicana.
Pero parece que hoy día, la diplomacia es más un ejercicio marrullero de consumo masivo que de la defensa de los intereses genuinos y aún críticos para el país. Si, es cierto, los desplantes y los vivas México, así como los hurras a la soberanía e independencia del país, de cualquier país y más de México, siempre entusiasman y rinden frutos de corto plazo, pero son efímeros.
Bastaría recordar, y hay que insistir en esto, que México depende hoy en una amplia escala de la economía, la demografía y aún de la política estadunidense. No se puede patear el árbol de los frijoles y creer que eso es una defensa patriótica de la soberanía. Suponer esto y actuar en consecuencia es al menos una ingenuidad, que costará al país y a los mexicanos. Se verá.
Roberto Cienfuegos J.
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@RoCienfuegos1