Ya se baten los dados sobre la sucesión presidencial, seguida, claro, de las alcabalas electorales del año próximo en los Estados de México y Coahuila,
los últimos reductos del otrora partidazo tricolor, hoy venido a menos, aunque no tanto, nos asegura su dirigente nacional, Alejandro Moreno, quien planteó un diagnóstico amplio sobre los déficits de la 4T, hizo un recuento de los avances del PRI -que vio crecer sus diputaciones- y aún sus propuestas e iniciativas de cara al 2024, en un encuentro con la Academia Nacional de Periodistas de Radio y Tv, que comanda el colega Miguel Ángel López Farias.
Alito, como es bien conocido, dijo que el partido que encabeza está trabajando con ahínco en la conformación de una alianza político-electoral con los partidos Acción Nacional uy Revolución Democrática para las elecciones en los estados mexiquense y coahuilense, donde se buscarán los mejores perfiles. Anticipó que la semana próxima habrá anuncios concretos en esta materia, porque considera que la alianza es funcional y tiene la capacidad de imponerse a Morena. Ya se verá. Un comentario adicional de Alito fue que, pese a las arremetidas en su contra, de cuya autoría responsabilizó a la 4T completa, él fue elegido con dos millones de votos para un periodo de cuatro años. En consecuencia, dijo, seguirá al frente del PRI. También veremos.
Sobre el diagnóstico presentado por Alito a la Anpert, en el que incluyó cifras sobre el grado de popularidad de los últimos seis presidentes en su cuarto año de gobierno, tiene que concluirse que, salvo en el caso de Enrique Peña Nieto, los otros cinco mandatarios comparten con AMLO, cifras muy parejas, pero no así en torno a las áreas críticas del país, como crecimiento económico, inversión, pobreza, infraestructura, salud, educación, violencia, crimen y otras más.
En todas estas áreas, se observa -según los números de Alito- un deterioro generalizado y agudo del país, que ciertamente y según miramos sigue sin alzar cabeza, gobiernos van gobiernos vienen, en lo que acentúa la percepción del gran fracaso político que trasunta el actual estado de cosas de la república mexicana, y un fracaso -hay que decirlo- de naturaleza estrictamente político, atribuible en mayor medida a la clase gobernante que viene haciendo y deshaciendo este país, bajo la mirada impaciente, colérica a veces y aún conformista o resignada de una enorme masa de gobernados, al margen del bastión partidista en el poder.
Un vistazo rápido al pasado cercano de la política mexicana revela ese fracaso, evidenciado de manera dramática con la sucesión de devaluaciones monetarias que han caracterizado diversos momentos y gobiernos nacionales y que se remontan, por ejemplo, a la ocurrida al término del gobierno de José López Portillo de 866 por ciento y más tarde con Miguel de la Madrid, nada menos que de 1443 por ciento. No serían las últimas, aunque si las peores, en un país -insisto- sacudido por la debacle política de sus sucesivos gobernantes.
Recién asumió la presidencia del país, Ernesto Zedillo soportó una devaluación monetaria de 173, por ciento en su periodo. En los gobiernos que siguieron no se registraron devaluaciones abruptas del peso. Esto ni en el mandato de Vicente Fox, tampoco con Felipe Calderón, ni con Enrique Peña Nieto. Los fundamentales de la economía mexicana han impedido un nuevo colapso, pero no hay garantía alguna de que no ocurrirá un nuevo desplome del peso en vista de las circunstancias que nos gobiernan.
Y si no con el peso, lo cierto es que el país registra un déficit en prácticamente todas las áreas críticas de gobierno, aun y cuando la popularidad presidencial resiste en buena parte por las matutinas, en donde se gestan todas las soluciones aparentes a los problemas más críticos de México, así la mayoría de los indicadores económicos -con excepciones notables en el flujo de remesas y la captación de Inversión Extranjera Directa, por ejemplo- plantean un panorama que en momentos al menos se torna preocupante.
Se da por descontado, de hecho y por ejemplo, que el sexenio en curso resultara fallido en materia de crecimiento del PIB, empleo y aún inflación. Recién la víspera, en este último renglón, el Banco de México admitió que será hasta el 2024 cuando logre su objetivo de 3 por ciento. Eso dice. Añada que el crecimiento, como en sexenios previos, volverá a ser mediocre y por debajo, según la mayoría de los pronósticos del dos por ciento anual. Grave para un país que se multiplica poblacionalmente y envejece al mismo tiempo.
Así que al cierre de este sexenio, no habría mucho más qué esperar en cuanto a números positivos. El año próximo entraremos en una nueva espiral política con dos elecciones cruciales en el Estado de México, una, y en Coahuila, la otra. Serán la antesala de una nueva disputa por el poder presidencial, pero seguiremos casi seguramente sin encontrar la ruta política que estabilice al país y sobre todo que le abra un cauce real a su desarrollo, aplazado hace décadas. Esto así los políticos de este país hagan durante sus campañas los diagnósticos más certeros y comprometidos. Es claro que la crisis de México es política y sus repercusiones catastróficas.
Roberto Cienfuegos J.
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
@RoCienfuegos1