De Zopilotes y militares

Con excepción, si acaso, del pueblo, al que dice servir de manera privilegiada, el presidente López Obrador ha convertido el poder presidencial en una

lanzadera, potente, sin duda, para arremeter un día sí y también al siguiente, contra un número indeterminado de mexicanos, a los que insulta sin tregua alguna, tampoco respeto, mesura o cuidado alguno, esto último algo que reserva si, por increíble que parezca, a los delincuentes, según ha dicho públicamente y sin rubor alguno, con el argumento de la condición humana de esa caterva criminal.

Ya es costumbre, sobradamente documentada a lo largo de estos tres últimos años de gobierno, que López Obrador lance epítetos de todo tipo contra muchos mexicanos que tienen como único hilo conductor su oposición o crítica, a los que, sin embargo, no identifica para su comodidad o por alguna otra razón, pero que en el imaginario colectivo y en particular entre el pueblo -otra entidad conveniente y manipulablemente amorfa- constituyen los malos de la película creada por la 4T, otra entelequia que nadie, ni siquiera el creador de esa criatura, identifica con base en un cuerpo doctrinario preciso, por ejemplo. Apenas y se sabe que la 4T es una invención magistral para insertarse otra vez en el imaginario popular como la continuación de los tres grandes movimientos históricos -eso sí, y para lustre de sus protagonistas- que moldearon al México moderno, es decir, la independencia, la reforma juarista y la revolución de 1910. Con enorme soberbia y sin humildad alguna, el presidente se ostenta prácticamente como un prócer de la patria, algo que sus correligionarios y qué digo correligionarios, más bien súbditos, así sean Senadores de la República, por ejemplo, acatan también sin rubor ni decoro alguno porque saben, eso sí, y muy bien, que en ello les van su futuro político y privilegios, algo claro que por ninguna razón están dispuestos a arriesgar, así tengan que inclinar la cerviz ante el poder dominante y casi, casi, hegemónico.

Déjeme recordar un apunte de esto arriba anotado. Recién en febrero pasado, las y los senadores de Morena, al defender a López Obrador de una presunta campaña en su contra, dijeron que este -hágame usted el favor- “encarna a la nación, a la patria y al Pueblo”, una triple encarnación pues, equiparable entonces con la Santísima Trinidad, dicho esto último con respeto para la doctrina Católica.

Dijeron las y los senadores de la República -bueno, así es el cargo que ostentan- que los opositores al presidente “buscan detener los avances para darle al pueblo de México un futuro más digno”. Eso dijeron y lo suscribieron en una carta hecha pública entonces, en un elogio de esos que hacen historia, éstos sí, y quedan para recordarnos que si uno piensa que todo tiene límites, aún la ignominia, pues entonces está uno rotundamente equivocado en este caso.

Según esas mismas y mismos senadores de Morena, el gobierno de López Obrador ha dado “muy buenos resultados”. Ajá. ¿Pues por dónde? Con excepción de algunos rubros, la mayoría de los indicadores serios sobre el curso del país revelan y acusan incluso, un franco deterioro nacional, paliado eso sí en el caso de la crisis económica que sobrelleva el país por las enormes remesas que los mexicanos que han salido obligados de México en un número creciente ante la falta de empleos y más agudamente de empleos de relativa calidad, envían a sus familias hasta alcanzar una cifra histórica de unos 50 mil millones de dólares por año; o las migajas que caen de la mesa del poder para impedir el colapso final de miles de mexicanos, convertidos en súbditos electorales, según prueban los “aplastantes” triunfos comiciales recientes acreditados a Morena.

Pero bueno, retomando esos insultos presidenciales cotidianos, que festina y machaca el remitente, pero cuyo destinatario es desconocido, salvo por el imaginario colectivo, volvieron a hacerse patentes en Oaxaca el último fin de semana. Allí, dijo el presidente que en su asunción hace poco más de tres años prometió trabajar para todos los mexicanos y no para una parte de ellos, que “no vamos a estar nosotros trabajando, invirtiendo, para que luego vengan los zopilotes a quedarse con lo que es el pueblo de México”.

¿Trabajando ellos, invirtiendo ellos? Bueno, hasta parece que ya convirtieron el trabajo y la inversión de todo el país en un patrimonio exclusivo del grupo en el poder y sus seguidores, a examinar por el discurso presidencial.

Los otros, quienes observamos esto y lo expresamos, somos zánganos, extraterrestres o “zopilotes” -imagínese usted- que pretendemos quedarnos con “lo que es del pueblo de México”. Así las cosas, pues.

De pasadita y para que quede bien asentado, López Obrador refrendó el poder militar sobre obras hechas hasta ahora con recursos de todos los mexicanos, a muchos de los cuales califica de zopilotes.

Así, dijo que una empresa de la Secretaría de la Defensa Nacional tiene a su cargo la administración del Tren Maya, los aeropuertos de Tulum, Palenque, Chetumal, el aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, y otras.

Y para que la Marina no se quede atrás, pues también asumió el control de los puertos, el tren interoceánico, los 10 parques industriales y la administración de los Puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos, también entre otros. ¡Ufff! Vaya cosa. Y vaya transformación: de la política neoliberalista o neoporfirista -como refiere López Obrador la época previa a su asunción y triple encarnación- México pasó a la política contra los zopilotes y el encumbramiento del mundo castrense. Veremos qué viene.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1

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