¡Cuántos asesinatos hay en México! Esa frase papal debería estar retumbando en Palacio Nacional, pero está sobradamente claro que no es así,
lo que marca una doble tragedia en este país, nuestro país, asolado como nunca -así se niegue, se encubra o se disimule- por la peor hecatombe criminal en tiempos contemporáneos.
Y no se trata tampoco de encubrir, negar o disimular esta misma hecatombe criminal, sobradamente documentada en México, desde que Felipe Calderón declaró en 2006 la guerra contra el crimen y el narcotráfico, en una estrategia tan fallida como la que seguimos padeciendo hace ya 16 años, con distintos nombres y en diferentes momentos, pero que trasunta la incapacidad gubernamental de detener la orgía de sangre en México.
Tampoco debería sentar sus reales, como está ocurriendo, una polémica en torno a ver cuál de los gobiernos, los tres últimos, incluyendo el que está en curso, registra números menos altos o más elevados de muertos, desaparecidos, sepultados, y/o violentados. No se trata de un concurso para ver quién arroja menos o más cifras de cadáveres, como se viene pretendiendo hacer en un intento claro de encubrir, negar o disimular la responsabilidad que cualquier gobierno en México y el mundo, tiene frente a una tarea que en México se torna cada vez más colosal: cumplir y hacer cumplir la ley con base en las normas y las instituciones de procuración de justicia.
Ya se ha hecho prácticamente una costumbre la competencia de este gobierno con los anteriores, como si eso fuera en algún sentido útil a la ciudadanía, que sigue flagelada por los criminales y los saldos de esta, que a contrapelo de una polémica o debate público, resultan cada vez peores. Es ridículo, insensato y aun irresponsable, mostrar estadísticas para dejar ver que hay presuntamente una diferencia. Los muertos allí están, lo mismo en el gobierno de Calderón, que en el que encabezó Enrique Peña Nieto e igual que durante la gestión de López Obrador. Números más, o números menos, qué más da. No altera en nada el drama, que permanece, con todo el dolor que implica para cientos, miles de familias mexicanas. La irresponsabilidad y el fracaso de estos gobiernos son más que palmarios, así se pretenda negar, encubrir o disimular. Los muertos que ves, que vemos todos, allí están regados en buena parte de la geografía mexicana, hoy profundamente adolorida y aquejada, peor todavía, por una impunidad e irresponsabilidad que asquea. Corresponde al gobierno de López Obrador hacer algo, rápido y muy bien, para enderezar el rumbo en materia de seguridad. No hacerlo, como no lo ha hecho, será su mayor fracaso, el mismo que caracterizó a las gestiones que lo precedieron, y a las que tanto culpa como si el fracaso de aquellas exculpara e impidiera el suyo propio, según es más que evidente, pese al recurso propagandístico y aún político de recurrir al pasado para negar, encubrir o disimular lo que está pasando de manera puntual y precisa en el México que gobierna. El país sigue pagando una cuota de sangre, inaceptable, como inaceptable, resulta un debate con el pasado que no resuelve ni un ápice el dramático momento mexicano.
Los asesinatos de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, de 78 años, y Joaquín César Mora Salazar, de 80, así como el de la tercera víctima, Pedro Eliodoro Palma, deberían marcar un punto de inflexión y aún de reflexión sobre la ola criminal que estremece a México hace más de tres lustros. Es claro que cualquier asesinato, como los miles que se acumulan en México, son motivo de dolor, preocupación y coraje entre los mexicanos. Es un hecho que la violencia y el crimen que aquejan al país constituyen hoy el peor problema nacional, y uno que impacta de manera grave otras esferas críticas del país, así esto no quiera verse y mucho menos atacarse bajo un enfoque de seguridad nacional y donde está en riesgo incluso la viabilidad del Estado mexicano. Llegó la hora, ya, de emprender acciones discutidas y consensuadas entre todos los sectores, para romper esta espiral violenta y criminal que impide la construcción del país y amenazan por sí sola con dar al traste con la propia Cuarta Transformación, dicho esto sin exageración alguna.
Es tiempo de dejar de polemizar y menos de sacar cuentas de en qué gobierno hay menos o más muertos. ¿Sirve de algo? ¿Es menor la responsabilidad? Es tiempo de evitar el festín sobre las cifras fatales en el país porque todas y cada una de esas muertes, duelen, angustian e indignan.
¡Cuántos asesinatos hay en México! Expresó Francisco al lamentar el asesinato de sus hermanos jesuitas en una iglesia de Chihuahua. El Papa no refirió cifras. Duelen más los asesinatos que los números. Y es tiempo de rectificar, aun y cuando cada vez hay menos tiempo.
Roberto Cienfuegos J.
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@RoCienfuegos1