En vista del estado que guarda México -ojalá lo desempacara ya-, la resignación recorre como un fantasma nebuloso, pero sumamente grave,
la mayor parte de la geografía nacional. Si, resignación frente a una circunstancia con problemas que cada vez se tornan más amenazantes, y que en ocasiones llegan al extremo de perfilarse como irresolubles. Esto porque ya sabemos que todo aquello que no mejora, o aún mejor, se resuelve de una buena vez, sigue la tendencia de agravarse o empeorar.
De igual forma, sabemos sobradamente, los peores dramas del país, hoy gobernado por la llamada Cuarta Transformación. Quienes pudieran tener la fortuna de desconocer de manera documentada e informada el catálogo de agobios que enfrenta México, los sufren de manera directa y a flor de piel, así en estos y otros casos incluso, haya muchos conciudadanos que valoran por necesidad extrema, las dádivas que les deja caer desde sus nada austeras mesas el poder de turno, alentado en buena parte por la cosecha electoral que les reditúa, según se ha visto ya, y porque sirven de abono a un discurso que ciertamente incide en la percepción de muchos, en particular de aquellos que fueron olvidados por los gobiernos que precedieron al actual, en un abandono que constituyó el terreno fértil para lo que observamos hoy en México.
¿Sería acaso necesario enumerar los males de México en esta hora? Problemas tenemos para dar y regalar. Es cierto, muchos de ellos no son nuevos ni datan de hace tres años. Vienen de lejos. De hecho, esos problemas fueron la catapulta de quienes hoy ejercen el poder nacional. Esos personajes tuvieron sin duda la habilidad y el tino político para usufructuarlos con creces. El discurso político que se estructuró caló profundo en el ánimo de millones de mexicanos, que con esperanza apostaron presuntamente por un cambio radical, donde quedaran excluidas las dos grandes formaciones partidistas del país. A ambas se les sigue culpando, no del todo sin razón, de las miserias de México. Digo no del todo sin razón porque a esas dos agrupaciones políticas de México se les olvidaron muchas cosas, la gente en especial. Peores fueron sin embargo sus prácticas corruptas derivadas del ejercicio primero monolítico y luego compartido del poder.
Dos factores generales no deberían olvidarse, sin embargo. Uno es que una de esas agrupaciones dio curso a la construcción de buena parte del México contemporáneo. Los ejemplos abundan. A ese periodo nacional, denominado postrevolucionario, se le explicó incluso bajo el concepto genérico del Milagro Mexicano. Trágicamente, el poder absoluto de esos años devino en una corrupción rampante y en la fractura del sistema político que afortunadamente abrió nuevos cauces al país. Esto se hizo en un alto grado por el impulso de una sociedad que no encontró ya espacio en moldes casi herméticos. El segundo factor fue el ascenso al ejercicio del poder de un partido opositor en un gobierno estatal, la pérdida de una mayoría legislativa, y más tarde el advenimiento de la alternancia, infelizmente desaprovechada.
En un ambiente de hastío, desencanto por la gestión del representante de quiénes se decía y creía que sí sabían gobernar y presuntamente ya habían recibido su lección y castigo, así como de una rampante corrupción, abusos y excesos, sobrevino el surgimiento de una esperanza, fuera de los esquemas, personajes y prácticas políticas conocidas y ya sobradamente probadas.
Sin embargo, los resultados, la perspectiva y circunstancias insospechadas pero devastadoras como la pandemia del coronavirus y más recientemente la guerra rusa contra Ucrania, más los “moditos” y la fascinación por el poder que se pretende prolongar de alguna forma, conjuntan elementos críticos de un horizonte sombrío para el país, en particular ante la incapacidad política de los protagonistas y/o actores clave de México, los de ahora y los de antes, un panorama donde la resignación entre amplios y aún decisivos actores parece el punto crítico. Millones de mexicanos de todos los sectores son hijos huérfanos de la política y la representatividad asociada a ésta. Con la realidad nacional como una lápida se está perdiendo, si no es que ya sucumbió, el entusiasmo, la entereza, el esfuerzo, la responsabilidad y el compromiso de bregar e impulsar la construcción de un país con menores déficits y con un mejor futuro, algo que nos toca a los ciudadanos, aquellos por lo menos que rechacen la resignación como la única alternativa de vida. Esa es la tarea fundamental hoy de cara a un país agobiado por demasiados lastres. Es tiempo de recuperar el brío nacional.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1