Que el escritor Enrique Serna (El vendedor de silencio, Alfaguara, 2019) haya apuntado este fin de semana en una entrevista con la agencia noticiosa
italiana Ansa que la falta de "dominio de la palabra" del presidente Andrés Manuel López Obrador en sus matutinas es "una de las causas de su popularidad", un hecho que marcó como una notable paradoja, avivó la siguiente reflexión que les comparto.
El entendimiento y sobre todo una explicación de la popularidad del presidente López Obrador pasa por el conocimiento y en especial la comprensión del tipo, perfil o radiografía del país que mayoritariamente constituimos a esta altura de nuestra historia secular.
Con una astucia envidiable, así los resultados de ésta sean en perjuicio nacional y muy a favor de su causa política -su auténtico motor cotidiano-, López Obrador ha construido una narrativa sui géneris, una que parte precisamente del conocimiento popular que adquirió en su prolongado trajinar político. López Obrador conoce la naturaleza esencial del pueblo mexicano, lo que le ha redituado enormes beneficios políticos personales, así el país se desmorone bajo los flagelos del crimen, el desempleo, el estancamiento económico, la pobreza, y el precario estado de la salud y la educación públicas, por citar algunos fenómenos constatables y dolorosos. Del saldo de la pandemia y aún minucias como el asunto del avión presidencial, mejor ni hablar.
A López Obrador se le permite prácticamente todo porque es la encarnación viviente del bien sobre el mal que simbolizan sus adversarios, esos que no quieren la transformación, que son privilegiados y/o corruptos y que nunca han visto por los pobres y desvalidos del país, una inmensa mayoría para la alegría y el júbilo incluso de quienes hoy, por vez primera en muchísimo tiempo, los llevan a flor de labio y atienden de manera preferente, según la narrativa en boga, la única verdadera.
Así, no se explica de otra forma, que López Obrador siga en buena parte blindado de los errores de gobierno que acumula y que repercuten con toda su fuerza en el estado general que guarda el país. La lista de estos errores es larga y crece, pero el pueblo sigue en amplio margen apoyando a López Obrador porque -como apunta Serna al referirse al estilo verbal del presidente- “el pueblo siente que tiene sus mismos defectos lingüísticos”, se traba, hace largas pausas, elige mal las palabras, pero eso es lo de menos porque es como ellos y no como fueron los presidentes de antes, casi inalcanzables, alejados, refugiados en sus baluartes y sobre todo, distantes a años luz del pueblo bueno y sabio, que ahora siente y percibe que uno como ellos está en el punto máximo del poder político nacional, luego que ganaron contra viento y marea, lo que hace además que encarne una proeza pocas veces vista antes, el hombre que vino de atrás para ganar la carrera, ese es López Obrador, el paladín de las causas justas y un heraldo contra la corrupción. El héroe de Macuspana que combate con denuedo sin igual para prodigar justicia, honestidad, valores morales, bienestar y dinero contante y sonante, y sin intermediarios, entre muchas otras causas más que forman parte de la única, irrepetible y sabia cuarta transformación. Todo lo que se salga de ésta, resulta entonces malo, negativo, corrupto, contrario a México, en una palabra.
En su entrevista, Serna argumentó que el presidente mexicano está "enamorado de sus propios monólogos”, un rasgo en común que tiene con Fidel Castro y Hugo Chávez, “que fueron grandes parlanchines".
Serna cree además y en relación con la andanada cotidiana contra los adversarios y en especial contra las voces periodísticas críticas, que "la estrategia de intimidación y difamación de la crítica" que López Obrador realiza en las matutinas contra periodistas "no le está funcionando” porque no ha hecho que nadie calle por esto, pero lo que si le funciona “es la polarización política de la sociedad", un recurso presidencial extremo y cotidiano con réditos políticos más que comprobados y siempre elevados.
Según Serna, López Obrador "trata de restar credibilidad a sus críticos y atribuir a la corrupción ese tipo de críticas alegando que sigue existiendo en México un periodismo venal” como el que retrató en su novela "El vendedor de silencio" sobre el periodista Carlos Denegri.
El escritor y periodista recordó incluso que López Obrador se refirió a su novela "varias veces en sus conferencias matutinas y comenzó a llamar vendedores de silencio a los periodistas opositores".
Por ello, con una fervorosa devoción y en vista del éxito político que sigue hilvanando, el presidente machaca esa retórica o narrativa que ensalza al pobre, al desvalido, al débil, al explotado, al honesto frente a los corruptos, a quienes no egresaron de Harvard o de otras universidades, y que vitupera de los científicos y los técnicos porque son ahora fifis y privilegiados. Esto así la república esté en un riesgo creciente, algo que sin embargo no parece concitar ni la menor preocupación del gobierno ni mucho menos acciones para desactivar semejante fenómeno, porque después de todo el pueblo se mantiene fiel y feliz, feliz, feliz con un líder como López Obrador, en una simbiosis tal vez única en la historia contemporánea nacional.
Apenas en febrero pasado, los senadores de Morena se dijeron convencidos de que López Obrador encarna -imagínese usted- “a la nación, a la patria y al pueblo”, la trinidad en una sola persona. Esto en medio de la controversia sobre la reforma eléctrica, que devino incluso en considerar traidores a quienes se opusieron a ésta y hace del país un campo cotidiano de disputa entre buenos y malos, entre neoliberales y transformadores, entre corruptos e impíos, entre ricos y pobres, entre privilegiados y lumpen, entre privilegiados y explotados, en una lista tan larga como la imaginación presidencial ofrezca para nutrir la causa que enarbola, a la altura por supuesto de las que encarnaron los próceres patrios y que marcaron la construcción del México contemporáneo. Así, de ese tamaño y todo a través de la palabra.
Roberto Cienfuegos
@RoCienfuegos1