Lo que la marcha dejó claro, entre otras cosas, es que los votantes son volátiles, y nunca puede darse por hecho que serán siempre fieles
en el tiempo a una idea, un proyecto o un político, así sea del tamaño de Andrés Manuel López Obrador, un auténtico zoon politikon. Sin duda, la marcha dejó ver esto y fue un primer revés a los adalides de la 4T. Así que las consecuencias de esto aún están por escribirse.
Aun en medio de este “estáte quieto”, pero fiel a su espíritu confrontativo, una vez más López Obrador trató, sin lograrlo esta vez, de desacreditar con una larga cadena de epítetos a quienes tomaron parte de la marcha, una que nunca esperó ver él en su mandato total, y que tampoco los organizadores alcanzaron a anticipar. En buena medida, fue López Obrador quien atizó la nutrida participación que vimos todos, así en un desplante francamente ridículo el titular de la Secretaría de Gobierno, Martí Batres, haya calculado en unas 12 mil personas. Increíble la estimación de Batres Guadarrama. Falló rotundamente no sólo en el cálculo, sino en la intencionalidad política de minimizar a la ciudadanía que contra todos los pronósticos salió a las calles para expresar, por vez primera este sexenio, un contundente rechazo a las intenciones políticas de sofocar al Instituto Nacional Electoral y fortalecer la injerencia en las decisiones político-electorales de los mexicanos. Los adjetivos, hirientes, groseros, encendieron los ánimos de muchos, que decidieron poner pies sobre Reforma y otras avenidas y calles de numerosas ciudades del país y aún allende las fronteras. De ese tamaño fue la reacción al insulto, la descalificación y aún al reto lanzado desde Palacio Nacional.
Es cierto, la marcha envió varios mensajes para quienes ejercen el poder político y aquellos que aspiran a tenerlo y aún incrementarlo en este país. Habrá que ver si se entendieron esos mensajes. De las lecturas que hagan dependerán varias situaciones críticas hacia el futuro. Lo obvio, al menos hasta el momento, es que en las circunstancias actuales nadie puede dar por hecho nada y mucho menos asumir que el futuro está decidido, como hasta hace poco tiempo parecía una decisión tomada y/o irreversible. Se emparejaron, o casi, las pizarras para usar una expresión clásica del deporte hoy en boga. Y eso es algo interesante en el México que comenzó a dibujarse a partir del domingo 13 de noviembre.
¿qué viene? Es francamente impredecible anticipar nada.
López Obrador, en un tácito reconocimiento del revés sufrido, admitió la víspera que tiene un “Plan B” para impulsar su reforma electoral, aceptando en los hechos la posibilidad de que fracase la reforma constitucional que ha planteado en la materia.
El presidente destacó que lo ideal sería la reforma constitucional, pero como "son intereses de los oligarcas que no quieren la democracia", se pueda hacer sin modificar la Constitución “pero no dejar de luchar”. En los hechos, esta vez aceptó “un plan B”, una aguda diferencia con otras iniciativas enviadas al legislativo en las que ha rehusado siquiera el cambio de una sola coma. Ese cambio de ruta y el anuncio del “Plan B”, trasuntan que López Obrador leyó bien el mensaje de la ciudadanía, aun y cuando no lo admita públicamente y mantenga su discurso descalificador, uno enfocado esencialmente en su clientela política, que con seguridad ha comenzado a mermar con base en la marcha dominical.
Para los partidos políticos y otros actores de la vida pública del país, la marcha también dejó lecciones. De cómo las comprendan, dependerán buena parte de los próximos escenarios aún por dibujarse y colorearse.
La marcha, así, sin adjetivos y como ya se le conoce, será entonces un punto si no de inflexión, sí una que trazará nuevas rutas y eventualmente un rediseño de la geografía política del país. Por lo pronto, sólo queda aplaudir este primer paso, uno absolutamente enorme para el futuro de México, y eso es clave.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1