El hecho positivo, bueno, con la que cerró la semana pasada fue un alza al salario mínimo del 20 por ciento
a partir de enero próximo. Bravo, qué bueno, el salario es una de las mejores formas de impulsar la productividad de un país y reconocer el trabajo. La mala fue sin embargo que la inflación que marca la culminación de este año ya engulló buena parte ese incremento para casi 6.5 millones de personas de beneficiarios, incluso antes de que éste se concrete. Lo feo es que aún con el esfuerzo para las partes involucradas y que se reflejará en un mini salario de poco más de seis mil pesos por mes en la mayor parte de la geografía mexicana a partir del primer día de enero, éste seguirá siendo insuficiente para el sostenimiento, no de una familia, que va, sino de una sola persona en México, a menos claro está que se resigne -como ocurre en millones de casos- a sobrellevar una vida precaria, lo que es una mala noticia o debe serlo para México en su conjunto.
Y no es que uno quiere aguarle la fiesta a nadie. En absoluto. Pero cualquier persona sabe el costo de la vida diaria en México, con una inflación sin precedente en más de dos décadas, al ubicarse por encima del ocho por ciento. Esto reducirá el incremento recién conseguido a un porcentaje real de poco más del ocho por ciento.
En la frontera norte del país, donde históricamente los salarios son mayores, el alza llevará el suelo mínimo a 312 pesos.
Aun así, el aumento tendrá un efecto nulo -si, como lo lee, nulo- sobre la escalada de precios en el país, de solo un 0,12%.
Apenas se dio a conocer el incremento del 20 por ciento al salario mínimo nacional, éste fue calificado de “histórico” por el gobierno. Lo es. En los cuatro años del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador se han registrado cinco aumentos al salario mínimo, que ha recuperado el 90% de su poder adquisitivo.
Vea. En 2018, cuando se estrenó en el poder la 4T, el sueldo mínimo sumaba apenas 88 pesos diarios en todo el país. En enero, alcanzará los 207 pesos por día. No está mal, nada mal, pero haga cuentas usted, afable lector (a). Un kilo de carne de res ronda hoy día los 190 pesos, un kilogramo de tortillas, los 22 pesos; un kilogramo de huevo se vende en torno a los 40 pesos. Y sólo hablamos de algunos perecederos. Ni hablar del alquiler de una vivienda, la más modesta en una zona urbana, con cánones mensuales que rebasan los dos mil quinientos pesos. Añada transporte y servicios elementales de luz, agua y/o gas. En pocas palabras, seis mil pesos mensuales no alcanzan ni siquiera y estrictamente para la manutención de una persona sola.
Así que si bien resulta un hecho positivo el incremento al salario básico del país, habrá que seguir haciendo esfuerzos en esta dirección para mejorar las percepciones laborales más bajas, lo que implicará un esfuerzo prácticamente colosal para los años que vienen, sobre todo si la inflación, el llamado impuesto de los pobres, sigue elevada como vislumbran expertos económicos aún para el 2023.
Otros esfuerzos deberán hacerse con la misma intensidad que se observa en lo que respecta a los salarios mínimos.
Algunas áreas para acometer esta tarea de reequilibrio socio-económico en un país como México, de aguda desigualdad social en todos los terrenos, se relacionan con los sectores de salud, educación, movilidad y vivienda. Hay otros, pero bastaría para empezar con atender estos con criterios ajenos al paternalismo y/o el clientelismo, que no harán sino perpetuar la pobreza porque resulta muy rentable política y electoralmente según ya está sobradamente visto. Urge a México una visión de Estado para atacar las enormes brechas que laceran a una inmensa mayoría de mexicanos, que aún con salarios mínimos relativamente mejores, padece todos los días las estocadas de la pobreza y la precariedad.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1