La guachafita

Se utiliza este término de “guachafita” en Venezuela para referir desorden, desparpajo, falta de seriedad y aún de

eficiencia. Esa palabra, de sonido melifluo, me vino a la memoria para aludir el caso del TP-01, el famoso avión “José María Morelos y Pavón”, que hace más de cuatro años se avejenta sin uso ni beneficio por una decisión presidencial, faltaba más.

Recién este lunes último, el presidente López Obrador reveló en su matutina que, en la X Cumbre de Líderes de Norteamérica, en la que tomaron parte hace poco más de un mes el presidente de Estados Unidos, Joe Biden y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, aquí en México, planteó al inquilino de la Casa Blanca un trato para canjear la aeronave presidencial por otras de carga y/o de utilidad en tareas de sofocamiento de incendios. 

López Obrador refirió que Biden prometió analizar el trueque, pero ya pasó más de un mes y sin embargo, no ha habido respuesta.

Hace más de cuatro años, esa aeronave, con capacidad para 80 personas una vez reconfigurada y equipada para vuelos de larga distancia sin necesidad de reabastecimiento, se deteriora, así y se le hagan los mantenimientos previstos con costo claro al erario nacional en tiempos de austeridad o pobreza franciscana.

Se sabe sobradamente la baja proclividad e interés del presidente López Obrador de participar en cumbres o eventos de naturaleza internacional, que cuando son inevitables los delega en el canciller Marcelo Ebrard o, incluso, en su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller. Después de todo ha proclamado que la mejor política exterior es la interior. Así que son contados en estos años de gobierno, los viajes fuera de México hechos por López Obrador, quien no parece sentirse del todo cómodo fuera del país. Así que sólo cuando ha sido inevitable se le ha visto en la escena internacional, no de muy buen talante, por cierto, como en las entrevistas con los presidentes de Estados Unidos, primero con Donald Trump, más tarde con Biden. Alguna participación en la ONU para lanzar planes y propuestas aún no aterrizadas, y una visita centroamericana.

En septiembre próximo, López Obrador prevé una gira por Sudamérica, que incluiría Argentina, Brasil, Colombia, y Chile, un periplo que podría ser el más extenso de su presidencia. Así que el avión, comprado en 2012 por el entonces presidente Felipe Calderón, quien no lo usó, sólo sirvió al sucesor de éste, Enrique Peña Nieto.

A partir del 2018, ese avión ha sido más bien el eje de una serie de controversias e intentos de venta, trueque, alquiler y rifas, todos ellos infructuosos. Al presidente argentino, socio político de López Obrador, se le ofreció en 2021, también en una operación de trueque o mediante el pago de parcialidades. Tampoco fue posible concretar nada.

La oferta a Biden sería la más reciente de un prolongado e infructuoso esfuerzo hasta ahora por deshacerse de ese aparato, definido por López Obrador como el “palacio en los cielos”, uno que ni el expresidente Barack Obama tuvo cuando ejerció la presidencia estadunidense.

Total que la famosa aeronave presidencial se sigue haciendo vieja y cada vez más cara de mantener. Pero qué importa. Después de todo ha sido el símbolo del boato con el que identifica López Obrador al periodo neoliberal y sus más célebres representantes. Él da muestras sobradas de austeridad, sencillez y cercanía con los ciudadanos, símbolos que le reditúan mucho políticamente, aun y cuando en la práctica resulten tan superfluos y costosos como el propio TP-01. Vaya desperdicio y qué guachafita, pues.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1