El presidente Andrés Manuel López Obrador, el mismo que durante su larga brega por el poder prometió y se
comprometió de viva voz y palabra a enviar a los militares de vuelta a sus cuarteles, es también el mismo que como nunca antes en el México contemporáneo, ha convertido a la institución castrense en un auténtico suprapoder nacional, en un hecho de consecuencias y aún intereses insospechados.
De nueva cuenta, paradojas entre el candidato López Obrador que varias veces recorrió el país prácticamente a punta de calcetín y el presidente que reside en Palacio Nacional, una auténtica transformación del político que en campaña hizo ofrecimientos a granel, y que ya luego, en el mando del poder, actuó con un criterio diferente.
En realidad y aunque no es ni será el único político en el mundo que promete una cosa y hace otra conforme a su ubicación e intereses muy particulares en determinadas circunstancias, aludimos el caso para que no se nos olvide a los mexicanos esta típica actuación de los políticos, y para que en su momento también exijamos, a raja tabla incluso, que las promesas y compromisos se cumplan so pena de castigo electoral, uno, si no es que el único recurso ciudadano, para obligar a los políticos a cumplir no sólo su palabra, sino sus compromisos de campaña. De otra forma, se incurre en un engaño nacional, y en una burla porque nunca sabremos como electores a quién o quiénes estamos eligiendo. ¡Vaya mascarada!
Pero no sólo obligarlos a cumplir sus compromisos y promesas. También se trata de obligarlos a no hacer e incurrir en aquellas prácticas que prometieron no acometer. En este caso, y de manera principalísima, por ejemplo, hay que obligar a nuestros gobernantes a cumplir a pie juntillas y sin marrullerías, la letra y el espíritu de la Constitución y las leyes vigentes que de ella emanan. Esto por principio de cuentas, porque al asumir su mando, así lo prometieron, y en consecuencia, así deben cumplirlo por todo el tiempo de la vigencia de la Carta Magna que protestaron cumplir y hacer cumplir. Claro que pueden cambiarla, pero sólo dentro del marco de la ley, y no fuera de ésta. Esto, que parece obvio para muchos, no es tal y menos cuando con una frecuencia incesante se incurre en mofa, desdén o capricho arbitrario. México y muchos países en el mundo, se ahorrarían una infinidad de problemas únicamente con el estricto acatamiento a la norma y ley suprema, lo que exigible y sancionable en caso de incumplimiento.
Así que aunque con demasiada frecuencia se olvide, desdeñe y aún ignore, es positivo y saludable aún, recordar que las personas somos nuestra palabra, pero como los políticos en México y muchas partes del mundo, están acostumbrados a faltar a ella, entonces hay que obligarlos, y nosotros mismos no deberíamos olvidar esto. Si faltamos a nuestra palabra, nos convertimos en “la nada”, que el senador Ricardo Monreal está dispuesto a ser antes de incurrir en una traición o deslealtad al presidente López Obrador, según acaba de proclamar. Y aún sin convertirnos en nada como el Senador, faltar a nuestra propia palabra, nos vuelve en traidores a nosotros mismos, lo cual es ya de suyo sumamente grave. De esa forma se engaña o burla al elector y con ello la democracia que se dice defender.
Ahorraré espacio, algo que siempre se agradece y conforme a la enseñanza de Baltasar Gracián, según la cual, si hay algo bueno -espero- que debamos decir, hacerlo breve, lo convertirá en dos veces bueno. Así que no abundaré sobre todo el poder y el dinero que en este sexenio han hecho de los militares un suprapoder. Lo sabemos. Aun queda por saber las consecuencias de esto para nuestro país, pero dudo profundamente que resulten halagüeñas.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1