La guinda de los guindas

El presidente Andrés Manuel López Obrador, padre de Morena, ya trazó la ruta para preservar y aún acrecentar el

poder de su movimiento, aún después incluso de que entregue la presidencia del país el primero de octubre del 2024. Es claro en estos momentos, cuando se aproxima a atravesar el umbral último de su mandato, que su mayor y aún único objetivo político es sobrevivirse así mismo con la entrega de la estafeta a una de sus tres “corcholatas”. Para concretar este propósito, no habrá tregua alguna, y por el contrario, es altamente previsible que arrecie su cruzada como parte de una estrategia esencial para alcanzar y aun traspasar la meta.

Su llamado al pueblo, hace unos días, en calidad de elector supremo, para que vote en forma apabullante a favor de la continuidad en el Ejecutivo Federal y por la mayoría calificada en ambas cámaras del Congreso federal, expone con una claridad absoluta la única preocupación esencial entre este mayo y junio del 24, cuando se realicen las próximas elecciones federales. Así, la agenda política presidencial, impuesta o compartida con sus adláteres, meros instrumentos del Jefe del Ejecutivo, está bajo la luz pública. En consecuencia, y dicho sin exageración alguna, la agenda nacional estará prácticamente sujeta al interés máximo de López Obrador: asegurar la permanencia de Morena en el poder. Esto es prácticamente un principio absoluto.

Frente a esta cruzada guinda, a cuya cabeza se coloca López Obrador, la llamada oposición política encarnada en los partidos, parece enmohecida. A casi cinco años del arrollador triunfo lópezobradorista, la oposición o lo que así se llama, apenas comienza a percibir y darse cuenta del por qué los votantes mexicanos le profirieron un rotundo puntapié en julio del 2018. Antes gobierno, y ahora oposición, esos partidos abrieron la puerta por incuria, corrupción e incapacidad, o todo junto, a la llamada Cuarta Transformación, un movimiento político más que nebuloso, pero visto por millones como la única salida y castigo, al mismo tiempo, para un país sometido hace tiempo al fracaso de sus políticos en general. 

En un foro hace pocos días, auspiciado por la ONG Save Democracy, el senador Gustavo Madero, del denominado Grupo Plural, admitió que en 2018 ganó López Obrador, si, pero además, concluyó un ciclo histórico de los partidos políticos que se quedaron sin clientela y sin legitimidad. Faltó a Madero ahondar sobre las causas y aún las consecuencias de la sepultura de ese ciclo político. 

Madero también admitió que aún hoy, los partidos políticos siguen desarticulados y sin la capacidad para generar una nueva narrativa para ponerse cerca de la ciudadanía. Dijo Madero que los partidos se mantienen inerciales, lo que ratifica el fracaso de los partidos y sus dirigentes políticos.

Seguramente por ello, apunto, es que los partidos, antes que rediseñarse para hacer suyas las causas ciudadanas -léanse por ejemplo las marchas en defensa del Instituto Nacional Electoral y del voto en noviembre y febrero pasados- apenas son reactivos y se guindan del guinda, sin tener la capacidad de abrazar el sentimiento, el pensamiento y la acción de una sociedad que está cada vez más lejos de las organizaciones partidistas, y que más bien anda en busca de alguien que se haga cargo de una tarea, ahora más colosal que en 2018 de cara a los resultados vistos.

Por ello el liderazgo presidencial y sus comparsas lucen más ansiosas que nunca de seguir cobijándose bajo el poder de Palacio Nacional más allá del 24, así ese nuevo sol tenga que correrse hacia el centro como única posibilidad concreta de reconstruir al menos parte de lo mucho que se ha destruido bajo el influjo de un liderazgo mesiánico y ahora con pretensiones absolutistas en aras de una preservación, urgente e imprescindible a todas luces. Tienen ya ganada la lealtad castrense, al menos de los altos mandos, sobradamente lubricados con poder y billetes, muchos billetes. 

Madero invitó a la humildad y la autocrítica, algo que tampoco han podido ni querido hacer los mandamases partidistas, más empeñados en observar su propio ombligo que en alzar la mira y abanderar las nuevas inquietudes de amplios sectores sociales, colocados entre la desilusión del morenismo, pero también en medio de la incertidumbre que encarnan los partidos del “stablishment” mexicano de nuestro tiempo, ya despreciado y rebasado hace mucho. Bueno, ni siquiera esos partidos han podido leer el por qué los abanicaron en el 2018 y mucho menos han podido comprender siquiera lo ocurrido en las elecciones intermedias. Han sido incapaces en grado extremo de “leer” a sus potenciales clientes. Siguen pasmados y si acaso, apenas respondiendo al jilguero matutino, apoderado de la tonada y el canto nacional, así muchos ansíen una nueva melodía que reencante y/o motive al país en el nuevo ciclo sexenal que se avecina.

Madero dijo también que los partidos opositores tampoco han podido tomar la autocrítica como un punto de partida hacia una nueva construcción alternativa. Es cierto. De allí que muchos, muchísimos mexicanos, inconformes con los prácticamente cinco años del obradorato, se preguntan y preguntan: ¿hacía dónde? ¿Con quiénes? ¿Con los mismos que antes fueron desterrados? Parecería que México escenifica aquella cinta de mediados de los 70 de Jack Nicholson: “atrapado sin salida”. Y esto es en mucho parte del problema.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1