Volver al pasado

Vaya paradojas de la vida política de México: por décadas una inmensa mayoría de mexicanos lucharon y/o nos

pronunciamos, al menos, a favor de desterrar al partido único, por el relevo del PRI, la alternancia política, por un sistema que incluyera y respetara a las minorías, y donde existieran los pesos y contrapesos constitucionales, en más, por la instauración electoral de un esquema político donde fueran los propios actores partidistas los que impidieran o contrarrestaran con base en su propio interés y vigilancia, la corrupción, en resumen, por un país donde el partidazo, el tricolor, dejara de ser la voz única, que se renunciara de una vez y para siempre al argumento de “¿para qué voy a votar, si siempre gana el PRI?” “¿Ya se nos olvidó? Es que, en México, antes todo era PRI, aún hoy se escucha. Es más, muchos, millones de mexicanos, creíamos y asumimos con esperanza y aún convicción que bastaría con sacar al PRI del poder para que el país se enrumbara por un camino prometedor, deslumbrante, de desarrollo, donde pudiera darse un drástico mazazo a la corrupción pública, que siempre asociamos con la existencia de un partido único que se inventaba y reinventaba así mismo cada seis años para hacer creer que ahora sí, en serio, México entraría en un periodo luminoso. Así procedimos durante décadas y hasta sosteníamos prácticamente cada inicio sexenal, que esta vez todo parecía indicar que por fin llegaba un presidente decente y hasta capaz de encabezar un gobierno diferente a todos los anteriores, que ahora sí venía la buena de México para los mexicanos.

Y sin embargo, todas esas ilusiones y perspectivas, siempre terminaron echas trizas, añicos, en el bote de la basura nacional. Esto impactó no sólo al país y la política, sino también la paciencia mexicana. El sistema tuvo que abrirse, ceder espacios, reformarse, sumar nuevos actores, abrir válvulas de escape para el resentimiento, el desasosiego, el malestar del país. Así en 1997, crujieron las estructuras priistas por vez primera. Se acabó el “carro completo” y fue el Congreso, donde se escuchó una primera clarinada de lo que vendría tres años más tarde.

Ese año, el PRI, hasta entonces hegemónico, perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, con lo que comenzó una nueva etapa de gobierno sin mayoría o “gobierno dividido”, en el que el titular del poder ejecutivo no dispuso para gobernar de la mayoría parlamentaria de su mismo partido, por lo que toda nueva legislación tuvo que ser negociada por el presidente o los diputados de su partido con los diputados de oposición, con lo que se llegaba al fin del inveterado “mayoriteo”.

En esas elecciones del 97, el PRI obtuvo el 39% de los votos; para tener 239 diputados (47.8%); el PRD, ganó el 25% de los votos, lo que le dio 125 diputados (25%), el Partido de Acción Nacional PAN con el 24.2% de los votos, obtuvo 121 diputados (24.2%); el Partido Verde Ecologista PVEM con un 4% de votos, logró 8 diputaciones (2%) y el Partido del Trabajo PT con 3% de los votos, se alzaba con 7 diputados (1.4%).

Tampoco le fue bien al PRI en el Senado, donde perdió la mayoría calificada necesaria para aprobar reformas a la Constitución. Sólo mantuvo 77 de los 128 senadores (60%). Y si bien entonces el PRI conservó la mayoría simple en la Cámara de Diputados y la mayoría absoluta en el Senado, se vio obligado a equilibrar su fuerza y cambiar la forma de relación con los otros partidos y con el gobierno. Todo esto es ya historia. 

Como también lo es que en el 2000, el PRI fue botado del poder presidencial, una hazaña tras las batallas de muchas décadas. Sólo retomó el PRI la presidencia del país en el 2012, con los resultados ya conocidos, y tras dos sexenios panistas, ambos tampoco de grata memoria.

El hecho de que ni el PRI y tampoco el PAN pudieran adecentar la gestión gubernamental, abrió la puerta a Morena, el partido que en menos de una década cambió de tajo y raíz, la geografía política y sus formas en México.

Pero, oh sorpresa, de nueva cuenta, México va que chuta -una expresión coloquial, claro- de regreso al modelo de partido único que creímos sepultado en el 2000 y que, ahora mismo, bajo un camuflaje diferente, se asume y reivindica como la única alternativa posible y deseable en un país de 130 millones de personas. Es más, no sólo va que chuta, sino que ya se metió hasta la portería nacional, y peor aún, aspira a vestir de guinda al propio árbitro. La consigna es arrasar con todo.

En ese ambiente, uno se pregunta si los mexicanos somos de una memoria tan corta, o si, estamos convencidos de que un solo partido, en este caso Morena, será en verdad la esperanza de un mejor futuro nacional. Los saldos están a la vista de quien de manera desprejuiciada, y aún lo más objetivo posible, quiera verlos. 

¿Estamos dispuestos en verdad a reactivar las viejas fórmulas de carro completo, y estructuras monolíticas y autoritarias propias de las prácticas más vetustas y arruinadas del país? Mucho trabajo espera a la ciudadanía mexicana en los meses que vienen. De hecho, ya están tocando la puerta política nacional. Los guindas van por todo como por décadas lo hizo el PRI. ¿Repetiremos la historia? Y si lo hacemos, ¿lo haremos en un contexto mucho más complejo? ¿Resolveremos el futuro con recetas viejas?

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1