Porfirio Muñoz Ledo nos deja un legado enorme. En su vida política, extensa, y sobre todo brillante, que ejerció con brío,
sagacidad y una inteligencia única, si acaso se le escabulló la presidencia de la República, pero visto en retrospectiva, mejor fue que no la haya ocupado porque a él no le hizo falta.
Apenas conocida la defunción de Muñoz Ledo, ocurrida la víspera a unos pocos días de que cumpliera 90 años, comenzaron a fluir las reacciones de la clase política, académica, social e intelectual del país. La recién designada titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Alicia Bárcena, definió a Muñoz Ledo como “uno de los gigantes de nuestra vida pública”.
En efecto, Muñoz Ledo fue un gigante de la política mexicana, cuya figura crece y se proyecta mucho más en estos días ante la pequeñez y mezquindad que todos los días se observa entre una apabullante mayoría de mercachifles de la política que se han apoderado de la cosa pública sin más proyecto que el personal y si acaso de grupo.
La enorme mayoría de estos mercachifles de la política jamás alcanzarán – así no les importe- el tamaño y mucho menos la praxis política de Muñoz Ledo, cuya vasta biografía pública debería constituir un referente obligado para quienes aspiren al respeto personal, esto último algo básico y esencial en las personas de bien.
La vida pública de Muñoz Ledo hay que festejarla por su sólida contribución a la democracia mexicana, la misma que hoy se pretende detener y si es posible demoler en aras de un proyecto fallido, aunque encarnado en la soberbia más abyecta y un ensimismamiento peligroso y excluyente, e incapaz de una mínima autocrítica, ésta siempre útil, más todavía cuando se ejerce cualquier responsabilidad pública, cuanto y más si ésta es elevada.
La extinción física de Muñoz Ledo ya comenzó a generar el recuerdo de uno y mil episodios y anécdotas de este auténtico político mexicano que se engrandeció por su calidad y visión.
Una de estas anécdotas, mínima si se quiere, sobrevino en febrero de 1992, unos pocos días después de la intentona militar de Hugo Chávez en Venezuela contra la presidencia de Carlos Andrés Pérez Rodríguez.
Era entonces corresponsal de Excélsior en Venezuela y me encontraba en el Palacio de Miraflores, la sede presidencial de ese país en una zona céntrica de Caracas. Aún olía a pólvora y en el ambiente venezolano latía un ánimo de incredulidad sobre lo que estaba pasando en el otrora país saudita.
Porfirio Muñoz Ledo, como también lo hizo por esos días Fernando Solana, a la sazón canciller de México, visitó al presidente Pérez para testimoniar su solidaridad con la preservación de la democracia y el régimen constitucional venezolano, quebrantado en esas horas por la incursión encabezada por Chávez.
De pronto topé con Muñoz Ledo, el político de las cien mil batallas. De inmediato claro le solicité una entrevista. Muñoz Ledo siempre fue un hombre de medios, sus opiniones eran buscadas casi de manera permanente. A lo largo de su actividad política fue invariablemente un hombre-noticia.
Esta vez sin embargo reaccionó con reticencia a la solicitud del reportero. Tenía sus reservas con Excélsior y en particular con el entonces director Regino Díaz Redondo (qepd), según me confió sobre su resistencia. ¿Para qué? Preguntó casi con desdén en respuesta a mi solicitud. Regino no me publica nada, ni una línea, dijo.
Deme la entrevista, insistí. Yo me encargo del resto, argumenté más interesado en la conversación que convencido de que ésta sería publicada. Accedió a regañadientes, más escéptico que confiado en que Excélsior le publicaría al menos una línea. Se cumplió la certeza sobre el invariable peso e inteligencia de sus juicios, valoraciones y consideraciones.
Antes de enviar la entrevista, hice una llamada telefónica a mi director, Díaz Redondo. Le conté lo sucedido. No dijo mucho. Sólo pidió el envío de la charla con Muñoz Ledo.
Al día siguiente, apareció en Excélsior en primera plana. Al texto no le omitieron ni una coma. Se lo hice saber tan pronto como pude a Muñoz Ledo, que sólo festejó con una enorme sonrisa y buen ánimo su regreso a Excélsior, me dijo.
El gigante se fue, pero lo sobrevive su obra. ¿Puede aspirarse a más en la vida?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1