La otra violencia

La violencia de cada día en nuestro país, no se reduce a la que agobia, espanta y rechaza la mayoría de los mexicanos

vinculada con el uso de todo tipo armas de fuego y otros instrumentos letales, con excepción claro del gobierno que ni se inmuta e insiste en que “vamos bien y está dando resultados la estrategia de ´abrazos y no balazos´”. 

El fenómeno violento está trastocando la vida cotidiana en diversos grados de una inmensa mayoría de ciudadanos de este país, que observan con azoro, cuando hay la conciencia mínima para ello, cómo las calles, el escenario ciudadano por excelencia, se deteriora rápida e inexorablemente sin que las autoridades y aún en este caso, los diversos estamentos o integrantes de la sociedad civil -llámense ong´s, iglesias, empresarios, asociaciones civiles, partidos políticos y meros ciudadanos- actúen de alguna forma para contener los peores reflejos o síntomas de este “laisser faire et laisser” -dejar hacer y dejar pasar-, que empeora la convivencia social y urbana a grados superlativos, pero paradójicamente cada vez más aceptados y tolerados socialmente.

Las evidencias de esto abundan. Desde el encanijamiento diario, por ejemplo,  de millones de usuarios del Sistema de Transporte Colectivo Metro por la mala calidad de este medio de transporte, cuya eficiencia en otra época se expresaba en la rapidez libre de incidentes con que se realizaban los desplazamientos entre zonas distantes, pero que hoy está tan venido a menos, hasta el desorden urbano que caracteriza buena parte de la operación diaria de la Ciudad de México, una metrópoli que sigue engullendo recursos de todo tipo como consecuencia de un ingente crecimiento cada vez más imparable, y que repercute en el ánimo social manifiesto en las conductas y actitudes de los millones de residentes y/o transeúntes de la gran urbe. Todo indica que a nadie le apura el deterioro social, conductual y urbano de nuestros espacios públicos.

Agregue a esto el infernal crecimiento de los usuarios de motocicletas, entre otros velocípedos, cuyo crecimiento ha resultado exponencialmente proporcional a las crecientes necesidades de desplazamiento urbano en la capital del país y otras ciudades, pero que las autoridades no han podido y seguramente tampoco querido ordenar a fin de garantizar la seguridad de operadores de estos vehículos, sino también de quienes transitan a golpe de calcetín por las urbes del país, aludo claro a los peatones.

Tampoco se han adoptado medidas ni siquiera para fomentar prácticas civilizadas y típicamente urbanas del deambular de las personas en la Ciudad de México y mucho menos en otras urbes del país, que siguen creciendo conforme a los dictados de los intereses pecuniarios y de negocios, antes que a partir de una planeación ordenada, transparente y eficaz, lo que en poco tiempo más agudizará los problemas de toda índole para la vida urbana que ya se registran en las grandes y aún medianas ciudades de nuestro país. De seguir como vamos, la vida en las medianas y grandes ciudades de México resultará cada vez más insoportable por no decir invivible.

Otro fenómeno que agudiza la violencia social que se experimenta en diversos ámbitos urbanos del país tiene que ver con la circulación vehicular y aún los espacios de resguardo público y privado en las ciudades de México. Ni hablar de los trastornos que de manera cotidiana se observan en las mega urbes mexicanas, con lo que esto hace escalar para mal el pésimo humor, conductas y actitudes sociales de una gran mayoría de personas.

Aludo a este estado de cosas en reacción ante un par de incidentes graves, registrados precisamente en ciudades mexicanas en los últimos días.

El primer caso fue el asesinato de “Zeus”, un perro que daba compañía a un hombre de condición humilde que solía transitar en las calles de la ciudad de México, acompañado de sus mascotas, en busca de medios de vida. Sabemos la reacción del agresor, un hombre de mediana edad, que primero quiso despojar de cualquier objeto a su víctima y que luego, sin reflexión alguna, regresó para ultimar a “Zeus”. Un caso extremo de ira, seguramente, que queda para la reflexión psiquiátrica o psicológica, pero que evidentemente expresa la ira de ese agresor, que muchos ciudadanos repiten con frecuencia, en otros grados y expresiones.

Otro de estos hechos fue el ocurrido en un bar de San Luis Rio Colorado, Sonora, con un saldo de once personas muertas como consecuencia de un incendio provocado por un cliente beodo, afortunadamente detenido.

Como expresión de este clima social de crispación desbordada podríamos agregar el ataque contra una maestra y una cocinera de un prescolar en el Estado de México, perpetrado por los padres de un educando de sólo tres años. El caso ya alcanzó a los abuelos del menor. 

Se trata de sólo tres casos, recientemente ocurridos en diversos ámbitos urbanos, que revelan el ánimo social predominantemente en México, cuyos resortes seguramente son numerosos, pero que dejan en claro un deterioro creciente del país donde por “quítame estas pajas”, se reacciona con violencia extrema. 

Uno se pregunta si no hay nada qué hacer frente a este encono social, de muchas formas animado y estimulado incluso desde el poder, o si sólo queda resignarse, encoger los hombros, andar como un zombi en las calles y tratar de garantizar, en el mejor de los casos, nuestro regreso a salvo a casa.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1