El poder peligra

Cuando se miente de manera permanente, escala la urgencia de los “argumentos” para hacerlo. Hemos oído hasta la

saciedad en éstos últimos años que el pueblo, bueno y noble claro, ya despertó, está muy avispado e integrado a eso que se ha llamado la revolución de las conciencias.

Se niega de manera machacona que haya polarización en México. Lo llaman politización. Se dice que no hay desprecio por el pueblo, sino un amor casi maternal, el más puro pues. A la oposición se le acusa de jamás haber querido al pueblo, mucho menos amarlo. Se le señala de racismo y de lucrar con la pobreza. Hay todo un arsenal descalificatorio para mantener encendida la llama del “somos distintos”. Ajá.

Sin embargo, en el 2021 cuando perdieron más de la mitad de las alcaldías y aún la mayoría calificada legislativa, se dijo que el pueblo fue engañado y manipulado. Nunca se aceptó claro que fue el rechazo a lo observable y constatable en la realidad del país, en particular entre amplios sectores medios que ingenuos cayeron en el garlito del embuste en 2018. Se levantó entonces “el argumento” del conservadurismo y se señalaron cifras de los devotos del conservadurismo, asentado en barrios y/o colonias específicas y hasta en estados del país. Nunca se hizo una mínima autocrítica y un balance sobre los motivos o razones que llevaron a muchos electores a marcar su raya. Se les estigmatizó conforme a la receta política en boga.

Luego vino la embestida contra el Instituto Nacional Electoral y sus autoridades, las mismas que convalidaron el triunfo del 2018. El INE, el mismo que permitió el acceso al poder de quienes más tarde hicieron todo para convertirse en los verdugos del organismo, fue el blanco a descalificar.

También se intentó hacerse de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a través de una magistrada sospechosa de plagiaria, y antes se intentó mediante el alargamiento de un mandato. Demasiadas argucias para creer que se obra de buena fe y con base en el interés superior de la nación. 

Hasta hace unos meses, desafiantes, retaban a la oposición a presentarles a alguien capaz de protagonizar el intento al menos de oponérseles. Se mofaron todo el tiempo de la oposición, la declararon derrotada moralmente, sólo ellos y nada más que ellos estaban del lado correcto de la historia. A los otros se les veía prácticamente como bazofia, y además corruptos. La urgencia de las etiquetas es palmaria. Pronto se multiplicarán para descalificar a Xóchitl y cuantos se pongan en frente.

En el horizonte se vislumbraba un sólo color: el guinda, el único tono cromático aceptable en toda la extensa geografía nacional. Hasta en eso superaron al PRI con su emblema tricolor, hoy harto venido a menos. Vaya los tiempos de la política.

Ahora, cuando una mujer -una que se forjó así misma desde abajo, incluso con la venta de gelatinas- se les desmorona el muro de la historia en letras de oro que según ellos, sus adláteres y mucha gente utilizada para que les agradezca las migajas del poder ya no se sienten tan seguros, el atole se les está haciendo engrudo.

En esas circunstancias, ya no están al ciento por ciento seguros de que el pueblo bueno y sabio vaya a seguir la ruta guinda. Eso los trastorna, los apanica, los pone a temblar. La eventual pérdida del poder los pone tensos en grado superlativo. Saben que no sería una simple derrota comicial, sino el triunfo de quienes podrían ponerlos en los tribunales. En previsión de ese riesgo urdieron la revocación de mandato, nunca sobran las precauciones.

Por eso, recurren a las prácticas más bajas de la política, al abuso del poder y de las instituciones. Para eso, no hay investidura que valga. Hay que masacrar políticamente a quien ponga en entredicho su imperio mentiroso. Esa es la consigna. Se deja ver el peor y el verdadero rostro de la práctica política que los anima. ¿Cuál es el objetivo clave? Impedir, al precio que sea, que se les releve del poder y se les arroje a un sitio donde quede neutralizada su capacidad de dañar, destruir y transformar para mal. No pueden seguir sosteniendo que están transformado, cuando en realidad están destruyendo. Los ejemplos de esta afirmación sobran y se multiplican. Se entiende, claro, que es mucho más fácil siempre, destruir que construir, mejorar y optimizar. Para esto último se requieren talento, preparación estrategia, visión y sobre todo honestidad.

Hay otras preguntas. ¿Por qué tanto temor, miedo y hasta terror a perder el poder? ¿Dejaron acaso de confiar en el pueblo bueno y sabio, politizado, avispado y en pocas palabras mucha pieza? ¿Por qué adelantar una estrategia desde ahora para negar el derecho ciudadano de elegir a sus gobernantes, así y estos resulten tan malos como los que merecieron el voto y el beneficio de la duda en 2018? ¿Qué pasó? ¿Acaso quieren arrebatar el derecho del pueblo incluso a equivocarse? ¿O temen a la rectificación? Una cosa queda clara: no son demócratas. En ellos pesa más la avidez por el poder, y están dispuestos a pagar por él cualquier precio.

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1