Está claro que el oficialismo persistirá a ultranza en mantener el cisma mexicano, y más aún, la polarización entre los
mexicanos. Con las elecciones en puerta, pronto veremos cómo ésta escalará. Es un esquema cantado y sobre todo practicado cada mañana. Sólo así podrán argumentar que la elección del 2024, la presidencial, el congreso, aún las nueve gubernaturas, entre otros cargos que incluirán el Congreso y las 16 alcaldías de la Ciudad de México, será una disputa entre la izquierda que pregonan en los predios de la 4T y la derecha, que atribuyen a los adversarios. Es simple plantear dos escenarios así, dos proyectos, como si se quisiera emular aquella, ahora ya vieja, receta de “un país , dos sistemas”, una idea inspirada por el líder chino Deng Xiaoping a finales de los noventa.
Y sin embargo, la división del electorado mexicano, más pragmática que real, es sólo un ardid más, de los tantos ensayados y practicados por la 4T para obtener ganancias comiciales. Esa división, cisma, o fractura, es falsa, como tantas otras inventadas y recreadas de manera cotidiana por el poder instituido, para sacar raja, por supuesto.
La polarización es un recurso político de concepción y ejercicio sencillo, pero altamente redituable, del cual este gobierno ha echado mano ad náuseam. Es el clásico esquema, típico de las pandillas, del ustedes y el nosotros. Es útil para dar identidad a un grupo contra otro. Por ello es muy redituable y socorrido. Es la pugna como motor, defensivo y agresivo al mismo tiempo. Es la fuerza permanente de los contrarios. Es el grito del vándalo para probar que él y su grupo son mucha pieza, o al menos, un segmento superior al que nada ni nadie podrán vencer o derrotar. En la sencillez o simplicidad del concepto radica su fortaleza, capacidad y poder. Tiene que enfrentar al otro, siempre visto como el contrario. Suprimir ese esquema equivaldría a la derrota de la gavilla y al triunfo del siniestro, corrupto, incapaz, egoísta, racista y súmele usted los adjetivos todos que se endilgan cada mañana y durante todo el tiempo. Es un discurso manido, pero eficaz. Es la manera de decir: vamos contra ellos porque en ello nos va la vida. Etiquetar es el arte de la simplificación efectiva.
Sin embargo, si como recurso es utilísimo para mantener unida a la gavilla en torno al líder o cabecilla, que de esa forma consolida su poder, resulta pernicioso en el caso de acometer una obra de alcance total, grupal, global o nacional.
Al eliminar, estigmatizar o envilecer al otro, al distinto, un país por ejemplo pierde o al menos merma su identidad, su fortaleza y su capacidad de avanzar. Imagine usted por un momento el ejemplo de una familia, donde la mitad de sus miembros descalifique al 50 por ciento o la mitad restante. Al final, el 100 por ciento de los miembros de esa hipotética familia, resultaría fallida, fracasada, mutilada.
Eso es lo que los mexicanos, todos, también hoy deberíamos observar, comprender e impedir. Primero porque la fórmula cismática sólo redituará siempre a una parte, que siempre presumirá y se asumirá como la única redentora posible de la patria. Nada más falso. Historias de estas prácticas abominables y vergonzosas abundan en el mundo. Cito por aterradora y extrema una sola experiencia al respecto: la Alemania nazi. Hay muchas otras, claro.
En México hoy, no existe una izquierda política como tal, ni tampoco un gobierno cabalmente de izquierda. La 4T, aunque se dice de izquierda, es un archipiélago tan diverso como la suma de un todo que trata de unificarse a fuerza de un juego por el poder, hoy sobradamente visible entre las “corcholatas”, todas y cada una de ellas en busca de hacerse de la isla mayoritaria.
Tampoco hay en estricto sentido una derecha política, de hecho nunca la ha habido en México. Soledad Loaeza lo tiene sobradamente estudiado. Lo estamos viendo dentro de las fuerzas que tratan de aglutinarse para competir en el 2024.
En resumen, en la política como en la vida de las personas, resulta falsa la idea de la existencia de un lado de ángeles, y del otro, sólo demonios. Así que ni ángeles ni demonios como se pregona a diario desde el poder para consolidar a “los suyos” y demonizar a los otros. Es un juego maniqueo, perverso y altamente costoso, que ningún país, empeñado en el desarrollo, debería avalar.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1