Satanizaciones Peligrosas

Ya instalados en el último tramo del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador -poco menos de once

meses-, todo indica que el jefe del Ejecutivo -quien con frecuencia presume la segunda mejor evaluación mundial- se mantendrá atrincherado en Palacio Nacional, su baluarte cotidiano y el cepo de todos sus ataques, pero sobre todo de satanizaciones peligrosas. 

En estos cinco años de gestión, imprimió sin duda un estilo de gobernar radicalmente distinto -allí sí- de todos sus antecesores, tanto del PRI como los dos ex mandatarios emanados del PAN.

La diferencia más obvia quizá fue establecida a partir del cierre de la residencia oficial de Los Pinos, dizque para convertirla en una casa abierta al pueblo. En su lugar, López Obrador decidió amurallarse en Palacio Nacional y con ello prácticamente hacer de ese recinto histórico el baluarte presidencial, aun cuando esta decisión marcara la virtual exclusión de buena parte del pueblo o ciudadanía.

Se añade a esta decisión presidencial de usar el Palacio Nacional como su “home office”, el paradójico -un signo de su cuasi sexenio- hecho de autoproclamarse como un presidente sumamente popular, pero al mismo tiempo, permanecer la mayor parte del tiempo dentro de este palacete de unos 40 mil metros cuadrados y considerado nada menos que Patrimonio de la Humanidad. Un palacio suntuoso para un presidente que ha proclamado humildad y sencillez eternas, sin contar claro la política pública denominada austeridad republicana e incluso de pobreza franciscana. Así de paradójico es.

Algo más, López Obrador, es cierto, cultiva de manera cotidiana un proclamado amor al pueblo mexicano, pero no se crea usted que, a todo el pueblo de este país, no qué va. Sino sólo a una parte del pueblo, quizá una alusión al equivalente al tercer estado. En los hechos ese tercer estado elimina, discrimina o margina a sectores importantes de la población mexicana, que dicho sea de paso son los que más impuestos pagan y los que permiten al jefe del Ejecutivo distribuir fondos económicos que han servido para la construcción de una excelente y permanente plataforma electoral en estos años, y en mucho menor medida, una forma de superar la pobreza. Es otra de las paradojas de un gobierno que estigmatiza a los sectores poblacionales que más aportan al fisco en beneficio de los más pobres, éstos últimos la única y mayoritaria clientela presidencial, o por lo menos la predilecta. Después de todo, López Obrador ha dejado en claro que él va por los más y desdeña a los menos, más aún si en estas filas militan más ciudadanos. De esta forma mata dos pájaros de un tiro. ¿No le parece? 

Así, el jefe del Ejecutivo se atrinchera de esta forma, marca su distancia y alejamiento de sectores a los que sataniza de manera cotidiana por considerarlos no sólo minoritarios, sino críticos muchas veces de su gestión. A esos es mejor descalificarlos, ignorarlos y presentarlos como contrarios a su proyecto, pero sobre todo al país mismo.

La pregunta es si el o la próxima jefa del Ejecutivo Federal podrá mantener esta política de compartimentos estancos que hacen a México un pobre favor, sobre todo si lo que se pretende es desarrollar un país con menores desigualdades, injusticias y abusos de todo tipo y en prácticamente todos los ámbitos.

Hace falta un gobierno que procure el desarrollo de todos y si no al menos de la mayoría de los sectores que lo conforman. De otra forma, o de la manera en que se ha hecho en los últimos cinco años, se seguirán ahondando las diferencias de todo tipo, el resentimiento social, la indolencia y el odio entre sectores, un esquema muy redituable electoralmente pero con un potencial altamente explosivo, mayor incluso al que se pretende combatir y/o erradicar porque conlleva el germen del conflicto social entre nosotros los buenos y ustedes los malos. Se trata de satanizaciones peligrosas. ¿Sirve esto a México y los mexicanos, todos? ¿O resulta útil sólo para una causa, la del poder avasallante, omnímodo y aun total de ser posible?

Roberto Cienfuegos J.

@RoCienfuegos1