Da grima lo que está ocurriendo en Acapulco. Más cuando recuerdo el huracán Beulah que hace 55 años viajó por
el Caribe e impactó la península d Yucatán, con categoría cinco en la escala Saffir Simpson, la misma potencia que demolió el famoso puerto mexicano entre la noche del 24 de octubre y las primeras horas del miércoles 25. Así se pretenda hoy minimizar la tragedia, por razones que desconozco, pero que indignan.
¿Cómo es que 55 años después de Beulah, nada pudo hacerse en Guerrero y Acapulco para aminorar cuando menos los daños potenciales asociados a “Otis”? ¡Por favor!
Era un niño entonces, pero jamás olvidaré los preparativos que observé para enfrentar la llegada inminente de un huracán que impactó la península de Yucatán, aledaño a Quintana Roo, en esa época un territorio federal.
En ese entonces -figúrese usted- los marinos, que de inmediato quedaban acuartelados, asumían las tareas previas entre ellas la comunicación con las capitanías de puertos y zonas navales, a la llegada de un meteoro como Beulah, o como tantos otros que cada año impactan las costas de México.
Los habitantes de la zona referida recibían alertas de inmediato, también a cargo de la Marina y en particular de los oficiales marinos militares que entonces operaban los servicios de radiocomunicación y en particular el uso del radio telégrafo para conocer las condiciones climatológicas y atmosféricas de las distintas zonas navales del país con el propósito de prevenir a las embarcaciones, buques, patrullas o navíos de la propia Marina y por supuesto a las poblaciones radicadas en zonas costeras susceptibles de sufrir los embates de estos furiosos fenómenos naturales, muchas veces impredecibles.
Así, lo primero era prevenir a las poblaciones del riesgo de una tormenta tropical, mal tiempo, nortes o huracanes, entre otros fenómenos climatológicos. Esto a fin de que pudieran comprarse vituallas o víveres, un asunto clave en cualquier caso porque en esos tiempos y ocasiones resultaba muy difícil predecir con precisión la magnitud y consecuencias de estos fenómenos. A esto se añadían una serie de acciones de aseguramiento de las viviendas, que en esos años y zonas estaban y todavía hoy construidas predominantemente con materiales blandos y techumbres de palma de cocoteros.
De igual forma se alertaba a la población para mantener previsiones que iban desde un botiquín de auxilios básicos, baterías o velas por si fuera el caso de que sobrevinieran cortes del suministro eléctrico.
Es obvio que nada de esto, aun mínimo si se quiere, se hizo en Acapulco y Guerrero en general. Hay quienes “argumentan” que era imposible evacuar en el caso de Acapulco a un millón de personas en pocas horas. Pero debe decirse que quienes hemos vivido en islas o puertos susceptibles de sufrir fenómenos naturales de diversa índole, los huracanes incluidos, nunca evacuamos las zonas gracias a que se adoptaban medidas preventivas, con garantía de suministros, hospitales funcionales y otras cosas, el cierre de operaciones marítimas y aéreas, por citar algunas de naturaleza básica.
También se argumenta que en la tragedia de Acapulco nunca había pasado algo como “Otis”. Es cierto, pero ya la realidad, que debe anticiparse o prevenirse, vimos que pasa y que siempre hay una primera vez. Y la prevención, insisto, le corresponde a cualquier gobierno de turno, y con la responsabilidad mínima de cara a sus gobernados, y sea del signo o color que usted quiera, desde los presuntamente revolucionarios y transformadores hasta los más tecnocráticos que uno pueda imaginar o calificar.
Es un hecho que la peor embestida de “Otis”, el ojo del huracán, sobrevino en un puerto como Acapulco que hace años dejó de ser una bahía cerrada, y que incluye hoy día Punta Diamante. Acapulco, cualquiera lo sabe, no es ni ha sido nunca un puerto de abrigo. Agregue a esto que ya hace años no es posible descartar el cambio climático y los efectos en consecuencia asociados a este fenómeno. Así que buena parte de esta tragedia fue un asunto de falta de previsión. Es cierto este tipo de huracán no era común antes y sólo impactaban en las costas atlánticas, pero eso ya no es y las autoridades deben preverlo porque es simple y sencillamente su obligación, algo que ni siquiera ahora -pese a la dimensión de la tragedia- asumen.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1