Se ha dicho hasta el cansancio y desde hace mucho cuáles son los peores problemas de México, hoy la mayoría de
ellos más acuciantes que nunca. Ya sabemos, porque en algún grado al menos los padecemos de manera cotidiana, que el gobierno encarnado en la cuarta transformación, deja un país en graves apuros por la inseguridad pública, el crimen organizado, el narcotráfico, la violencia permanente, y otras prácticas delictivas y/o criminales que conocemos sobradamente. Sólo citaré algunas de estas prácticas deleznables, aunque prácticamente no haga falta porque se conocen de sobra, como la extorsión, el secuestro, la trata de personas y otras calamidades públicas. Ni hablar de las personas desaparecidas o los cementerios clandestinos. Se ha referido, descrito y documentado todo esto de tal forma y con tal persistencia, que ya está incorporado a la realidad del país, y porque incluso ya dejó de espeluznar.
El asesinato de personas dedicadas a la política, de periodistas, las caravanas de hombres intimidantes, armados y en vehículos de alta gama, se ha tornado en parte del paisaje de ciudades y pueblos mexicanos. Tampoco espantan ya, se han introducido en el tejido social del país, se les conoce y hasta se prefiere tratarlos con deferencia y sonrisas ante el temor porque se les identifica como verdugos inmisericordes. Es un hecho, aceptado socialmente, que con ellos no se juega y que si quieren o deciden, eres persona muerta. Después de todo ¿quién los castigará? Nadie, ni siquiera quienes se dice que gobiernan. Así que con ese tipo de personajes del hampa rige la conseja de “si no puedes contra ellos, mejor únete a ellos”. Y si no todos se les unen, muchos los toleran porque es mejor antes que morir de cualquier forma y en cualquier sitio a cualquier hora.
En el tema de salud pública, también sabemos que es inútil prácticamente acudir en busca de alivio orgánico. No son pocos los hospitales donde se sabe que no hay nada, desde medicamentos hasta equipos o reactivos químicos. Hace unas semanas, un médico del IMSS me invitó a agendar un café para contarme detalles de lo que describió con estas palabras: “no tenemos nada, ni batas”.
Muchos pacientes se quejan de que aun en hospitales de reciente construcción, carecen de todo para la atención médica y en otros casos, lamentan que se les programe o den citas con intervalos hasta de seis meses después del requerimiento. Ni hablar de especialidades. “No hay servicio”, dicen e invitan a “darse una vuelta” en dos o tres semanas para ver si ya se puede.
Conozco derechohabientes de instituciones como el ISSSTE o el IMSS que para recibir tratamientos médicos por enfermedades como el cáncer, tienen que recurrir a entidades distintas a aquellas donde residen, o casos de pacientes del Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán que deben perder días completos para su atención debido a la saturación de esta noble institución médica.
Y en materia de educación pública, las cosas tampoco van bien. La denominada Nueva Escuela Mexicana arroja déficits graves que habrá que corregir en algún momento futuro. Los procesos de instrucción y aprendizaje escolar están venidos a menos, aun desde las escalas ya deficientes de otros tiempos.
Tampoco corren mejor suerte los servicios básicos, de infraestructura, transporte y movilidad, que son insuficientes, de mala calidad o comparten ambas condiciones.
Y todo esto sólo por mencionar tres o cuatro rubros que aun cuando son críticos para la ciudadanía de cualquier país del mundo, en México están de capa caída por la falta de recursos, inteligencia, pero sobre todo de decisiones políticas.
Frente a esto, sólo queda la cólera, la resignación o acostumbrarse, algo esto último que ya está ocurriendo porque el ciudadano mexicano es tan versátil como aguantador, y encima nos dicen muchos políticos que vamos requetebién, así y desconozcamos el destino final, pero peligrosamente previsible de la ruta que transita México. Ah, pero para muchos mexicanos de 65 años y más, así como para sus familias, tres mil pesos de regalo al mes, hacen milagros, de tal envergadura que obnubilan la visión y el entendimiento, ¿O no?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1