Esto que les voy a contar trasciende por supuesto el ámbito personal, individual y/o familiar, que es donde debería
permanecer. Pero lo ocurrido ayer domingo en un templo católico de este país y que atestigüe de manera directa rebasa ese ámbito de la vida privada, y como consecuencia de ello, -algo que no es menor- decidí compartirlo.
La misa dominical transcurrió como es una costumbre. Nada nuevo. Como siempre hubo las oraciones, bendiciones y el espacio de reflexión personal que brinda un evento religioso de esta naturaleza. Después de todo, cada mexicano, mujer u hombre de este país, estamos todavía en libertad de profesar la fe que dispongamos, ya porque nos fue heredada o porque la abrazamos. Y qué bueno que resulte así, al menos todavía.
En México desde hace ya cerca de cien años hemos disfrutado de libertad religiosa. El conflicto cristero, pronto hará cien años. No es este el espacio para abordar ese conflicto entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y el alto clero católico, que incluso estuvo asociado con el porfiriato y su extinción como consecuencia de tendencias anticlericales vinculadas a la Revolución. Tampoco es este el espacio para referirnos a las célebres leyes de la reforma juarista. Esa es otra historia, lo mismo que el reconocimiento oficial de la Iglesia Católica y la reanudación de relaciones vaticanas en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, en el año 1992. Esa es otra cosa.
Lo que sí me llamó la atención, por ser algo inesperado en una liturgia de este tipo, fue el exhorto hecho por el sacerdote a cargo del servicio religioso dominical. Casi al término y antes de proferir la bendición, el último acto litúrgico en cualquier misa, el sacerdote hizo un llamado directo y sin ambages para que la feligresía acuda a votar en conciencia y en la intimidad de la urna el próximo domingo dos de junio.
Quizá podría entenderse este exhorto como algo normal hasta cierto punto. Pero no. El mensaje incluyó palabras en abono de la unidad nacional, de rechazo a la división y sobre todo para comprender que los fondos económicos que hoy se distribuyen en México en favor de las personas mayores y aún de los jóvenes, no salen de la bolsa de ningún político de este país. Dijo incluso este religioso que es cómo si las personas diéramos gracias a los cajeros automáticos cuando nos dispensan efectivo. El mensaje fue claro, directo y revelador. Añadió que esos fondos públicos son el resultado del pago de impuestos de las personas que trabajan, específicamente del Impuesto sobre la Renta, que pagamos todos quienes laboramos. También del pago de impuestos por la compra de gasolina o de energía eléctrica, argumentó el párroco de referencia.
El mensaje también pidió a los feligreses darse cuenta de la importancia de vivir en un sistema democrático, así como de valorar que los mexicanos tenemos una sola bandera y un himno nacional que a todos nos cobija e interpreta. Agregó el religioso una invitación a los fieles para preguntarse cómo es que las y los candidatos hoy en competencia proselitista podrán cumplir lo que prometen, y preguntarse igualmente qué país se quiere para las generaciones subsecuentes.
Esto sí que fue de llamar la atención. Sólo faltó que alguno de los asistentes en el templo hiciera un pronunciamiento partidista o de preferencia por alguna o alguno de los políticos que están en la víspera del cierre de sus campañas, y convirtiera aquello en un mitin político. Asumo que el llamado, claramente electoral y aún evidentemente partidista, no fue aislado ni privativo de un templo. La Iglesia católica como sabemos es todavía un poder formidable en México, aún así haya perdido algo de terreno. También sabemos que sus llamados tienen que ver con una sola voz doctrinal ante su naturaleza estrictamente vertical.
Hay que decir que el mensaje clerical a la comunidad encaja perfecto con el que pronunció hace una semana la candidata Xóchitl Gálvez durante la Marea Rosa que desbordó el Zócalo de la Ciudad de México. Habría que recordar además el encuentro en febrero pasado de la candidata Gálvez con el Papa Francisco en El Vaticano, uno donde seguramente hubo más que oraciones.
En política, sabemos, no hay casualidades, aun cuando sí puede haber sorpresas. O bien, como se cree que dijo El Quijote a Sancho: “con la Iglesia hemos topado”. Hay demasiados agravios. Esperemos.
Por Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1