Conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre: sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre –y al mismo tiempo, para la mayoría de nosotros, nada más lejos que el hambre
verdadera. Martín Caparrós, El Hambre.
El próximo jueves el Consejo Nacional para la Evaluación de las Políticas Sociales dará a conocer la medición de pobreza para las 32 entidades federativas en comparación de lo obtenido en el 2012. Nos han adelantado que las cifras que se reportarán no son alentadoras, que las personas en condición de pobreza no han disminuido, entre otros factores por el aumento de los precios en los alimentos, además de los efectos de la crisis de 2008. Que si bien, algunas de las carencias sociales han disminuido, es decir, han aumentado los servicios, no así el ingreso de la población en estas condiciones.
Por mandato de ley el CONEVAL tiene la tarea de realizar y presentar cómo vamos en materia de pobreza y los programas sociales que están destinados para su atención; además de medir sus resultados y proponer mejoras en estos rubros. Tenemos mediciones, evaluaciones, programas, recursos y hasta razones del porqué existen gente pobre en nuestro país.
En diferentes oportunidades he dejado clara mi postura al respecto, conocemos la enfermedad y tenemos la medicina, pero seguimos sin curarnos; pero dentro de la medición multidimensional de la pobreza, hay una que duele sobre las otras, lacera más que ninguna otra condición, se puede vivir sin piso firme, se puede –lastimosamente- continuar sin educación o a veces si salud básica, sin drenaje, sin acceso a uno o más de los servicios básicos – en México así lo hacen 53 millones de personas-pero no se puede competir, avanzar, trabajar si lo que hace falta es el alimento, si se tiene hambre como un estado permanente.
He aplaudido el esfuerzo del actual gobierno para contener y reducir la pobreza alimentaria, están por ejemplo, los resultados alcanzados en la Cruzada Contra el Hambre, esfuerzo que parte, precisamente de los datos arrojados por el CONEVAL para de ahí explicar, entender y justificar su puesta en marcha.
Según estos mismos datos, en México existen alrededor de 28 millones de personas en pobreza alimentaria, 28 millones de historias en las quela falta de alimentos es una cotidianidad, en que para aquellos que hablan de ella –en tercera persona- constituye el discurso, lo lejano y a veces lo necesario para crear políticas y hasta plataformas electorales. El hambre ha sido sinónimo de litros de tinta, de saliva para los discursos, kilos de hojas y libros, mientras el problema sigue ahí, permanece, se arraiga, se hace cotidiano, se vuelve parte de la normalidad de éstos 28 millones, 28 millones de enfermedades derivadas de esta condición.
Por eso es que las cifras que nos esperan el próximo 23 de julio, no nos deben llamar a la sorpresa sino a la acción, pero partiendo de preguntas básicas que deberían de responder los hacedores de esas políticas: ¿Qué se siente no saber si mañana podrán comer, ellos o algunos de sus familiares? ¿Saben cómo es una vida hecha de días, de semanas, de meses sin saber si va a poder comer mañana, una vida de incertidumbre? Respondiendo estas elementales cuestiones podemos empezar a medirla, a entenderla y sobre todo a proponer respuestas públicas contundentes. No esperemos tener un México donde el futuro sea el lujo de los que se alimentan o como señaló alguna vezun joven de nombre Kamless, en Biraul en la India: a mí no me gusta comer esto o lo otro; a mí lo que me gusta es comer… que mi familia pueda.
Luego porqué le aplauden a narcotraficantes como el Chapo y su fuga, para los deseperanzados un narco a veces es un ejemplo de superación, se quiera o no.
Dr. Luis David Fernández Araya
*El Autor es Economista Doctorado en Finanzas, Profesor Investigador de Varias Instituciones Públicas, Privadas y Funcionario Público.
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