Treinta años

SINGLADURA

El jefe del gobierno de la ciudad de México, Miguel Angel Mancera, aseguró que hasta unos 6 millones de personas participaron en el megasimulacro sísmico por las tres décadas de esa tragedia capitalina, que aún se resiente entre muchas familias que perdieron seres queridos y patrimonios.


Desconozco si las cifras de Mancera son fehacientes, pero diversas crónicas periodísticas aseguran que la participación en el ejercicio preventivo fue menor respecto al número establecido por el gobierno de la ciudad. Según esas crónicas, la población capitalina reaccionó con desgano y aún con apatía a la convocatoria del gobierno el último sábado, lo que es poco halagüeño para la propia administración capitalina, indicativo de la percepción ciudadana sobre su gestión y preocupante en una ciudad de naturaleza sísmica como ésta que habitamos.
Pero el punto que más debería llamar la atención, aún al margen de las cifras, es el tono y/o el ánimo social con el que los “chilangopolitanos” conmemoraron el treinta aniversario de la mayor tragedia natural que se haya registrado en tiempos contemporáneos en la ciudad de México. Resulta contrastante el ánimo y el vigor social de entonces con el imperante hoy.
Ante el desastre sísmico de hace tres décadas, los habitantes de esta ciudad reaccionaron de una manera insospechada y aún muy por encima incluso de las actuaciones de los gobiernos de la época, encabezados a nivel local por Ramón Aguirre Velázquez y Miguel De la Madrid Hurtado en la presidencia del país.
Una marejada solidaria siguió al terremoto del 19 de septiembre de 1985. Como pocas veces antes, los capitalinos se desbordaron a  las calles para amparar, rescatar y ayudar al prójimo. La solidaridad rebasó a los gobiernos y autoridades, que se quedaron cortas y anonadadas ante el tamaño de la tragedia, pero también por el poderoso resorte social que hizo una enorme diferencia.
Las historias de actos auténticamente humanos y aún heroicos proliferaron en los medios de difusión masiva. México se sobrepuso a tamaña tragedia como consecuencia  de la actuación de los propios ciudadanos, más allá de los gobiernos.
De hecho, recuerdo incluso en un ambiente social marcado por la tragedia la gran insensibilidad del gobierno entonces de De la Madrid, quien en esos momentos aciagos, en los que el país estaba de rodillas y escarbando en la tierra y los inmuebles destrozados en busca de las víctimas, proclamó que México estaba de pie y seguiría pagando la descomunal deuda externa, que rebasaba los 80 mil millones de dólares.
Los mexicanos llorando a sus muertos, pero el gobierno “honrando” su deuda con los organismos multilaterales y los bancos extranjeros. De la Madrid dejó ir una oportunidad política espléndida y prefirió mostrar su verdadero rostro, uno profundamente insensible.
Hoy, 30 años después, el tono social es diferente aun y cuando la realidad económica siga tan infausta para la inmensa mayoría de los mexicanos como aquella mañana del 19 de septiembre de 1985.
Inmersa la ciudad en una tensa pugnacidad social, es difícil imaginar cuál sería hoy la reacción ciudadana y el músculo social ante una eventual tragedia sísmica, aún menor que aquella de hace seis lustros. Fin
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