Quién no recuerda el calificativo que le diera al periodo último del sexenio de Carlos Salinas, Mario Ruiz Massieu, cuando renunció a la subprocuraduría General de la República (PGR) tras el crimen de su hermano José Francisco (el 28/IX/94), “los demonios andan
sueltos y han triunfado”, se refería a lo que la gente de la calle y algunos medios calificaron de: pugnas entre distintas facciones por la sucesión presidencial; disputas entre los dinosaurios y modernizadores del PRI; y la presencia de los narcopolíticos. O todo a la vez.
El crimen se enquistó en el sistema (asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo en mayo del 93, y el más grave del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio Murrieta, en marzo de 94), de la mano de la corrupción y la impunidad de añejo calado en la política mexicana del siglo XX. Pero también el crimen organizado: en el asesinato del cardenal se manejó la confusión con el narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, alias El Chapo, en el estacionamiento del aeropuerto de Guadalajara. Luego se habló de las confesiones pagadas a los curas, y los dólares santiguados que llegan frescos al pulpito de las iglesias.
Durante el sexenio de Salinas las disputas por el poder económico —entre empresarios y políticos, donde todos querían arrebatar su pedazo del pastel—, tras la apropiación (usurpación) de los bienes nacionales antes en manos del Estado o la llamada privatización de las empresas públicas, se generaron nuevos ricos y el poder político se adjudicó para sí los derechos de participar en el festín. De ahí los arrebatos y la impunidad.
Pero ciertamente el narcotráfico afloró a los escenarios, o cuando los políticos ya estaban en el negocio. De ahí lo de narcopolítica: la protección o el contubernio en todas las facetas desde el cultivo, el procesamiento, el trasiego, la venta y el lavado de dinero sucio. Solo que se dijo siempre controlado. Carteles en orden, todos trabajando; entrándole con su moche millonario, terreno repartido, con el negocio a los narcos de Colombia (creció a la caída de Pablo Escobar en diciembre de 1993) y abasteciendo al mercado consumidor —por aire, mar y tierra— más grande del mundo que idiotiza a sus jóvenes, el estadounidense. Las ambiciones crecieron.
Comenzó también la descomposición del sistema político, tras la desarticulación de la economía con la adopción de los lineamientos neoliberales profundizados con Salinas y el trastocamiento del Estado-nación. Todo se complicó. El México tranquilo de los años 40 hasta finales de los 70 se acabó. El desarrollo estabilizador dio paso al modelo neoliberal que siguió desde entonces preceptos ajenos a los intereses internos. Fue cuando se demonizó al Estado protector keynesiano por ineficaz y se dijo que todo lo resolvería la libre competencia.
El trastocamiento al Estado lo debilitó y muchos hilos antes bajo control quedaron libres. Y como en política no hay vacíos, pronto fueron allanados por poderes fácticos, oscuros, como los negocios del crimen organizado. ¿Qué tanto crece desde entonces? Hasta en un 78% de la economía hay infiltración del crimen, dice Edgardo Buscaglia. El contubernio es de tal altura que en muchas ocasiones no se sabe quién es quién. Y eso creció desde los tiempos de Salinas a la fecha. De la mano de la profundización de las diferencias sociales, o cada vez más pobres contra menos ricos.
El proyecto de nación se nos escapó de las manos. Sí: con el neoliberalismo, las trifulcas en la política y el desbordamiento del crimen organizado. Desde luego se han modificado muchas reglas, escritas y no escritas. La concentración de la riqueza sin nuevas inversiones ha creado un desastre social del tamaño de los índices de pobreza que son cada vez mayores.
Peña Nieto anda navegando en balsa, sin brújula y en aguas turbias. Por eso no la ve llegar, porque no resuelve y carece de metas claras. El país no puede seguir así, y la responsabilidad es de todos, antes que sea demasiado tarde y de plano se enquisten los demonios.
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