Las detenciones de Rubén Núñez y de Francisco Villalobos, los dos principales dirigentes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca , acusado el primero de lavado de dinero y el segundo de robar libros de la SEP, abre de inmediato un nuevo frente de batalla y una nueva escalada entre el gobierno del presidente Enrique Peña y el movimiento magisterial disidente en torno a la reforma educativa que impulsa éste.
Más allá de los delitos imputados, no puede obviarse el contexto socio-político de ambas detenciones. Todo indica que se repite la treta antigua de recurrir al expediente judicial para descabezar un movimiento gremial incómodo, molesto y aguerrido que ha retado al gobierno y especialmente la instrumentación de la madre de todas las reformas peñistas, como el propio Ejecutivo ha denominado la presunta reforma educativa.
Es vergonzoso de entrada que se utilice, según todos los indicios, el antiguo método de acusar de criminales a los oponentes políticos y/o a dirigentes. Esa fue la táctica de los sucesivos gobiernos priistas contra quienes lo retaban, y ahora todo indica que se repite con Peña, el joven-viejo presidente de México.
Quizá el caso más reciente de esta vieja treta resulte curiosamente la maestra –así la han llamado siempre- Elba Esther Gordillo Morales, encarcelada no porque fuera una pilla, conocida prácticamente por todos los mexicanos y, peor aún, por sus colegas políticos y aún los sucesivos jefes del Ejecutivo federal, sino porque un día se atrevió a retar al máximo poder del país. Allí se acabaron los pactos vergonzantes y el encubrimiento delictivo desde el poder.
Nadie en este país, por lo menos nadie con sentido común básico y un mínimo de respetabilidad, creyó que el arresto de Gordillo Morales fuera el resultado de un impecable proceso investigativo y mucho menos del interés del jefe del Ejecutivo federal de poner un coto a la corrupción que emanaba de la persona de Gordillo Morales y sus huestes. Todos supimos que su arresto derivó de una confrontación política con el gobierno de Peña.
Tampoco nadie cree y/o creyó que de pronto, el gobierno detectara la podredumbre del SNTE comandado por Elba Esther. Este fenómeno de corrupción era vox populi o un secreto a voces, del que Peña se valió para descabezar a la “presidenta vitalicia” del SNTE.
Este viejo recurso “político” se utilizó de igual forma en los casos de Jorge Díaz Serrano, un frustrado aspirante presidencial que se interpuso en el camino de Miguel De la Madrid y cuya osadía pagó con cárcel. La Quina, el fallecido dirigente petrolero, también se llevó su cuenta.
Así podríamos seguir ennumerando casos de político caídos en desgracia, pero no por cuenta de sus abusos y corruptelas, sino porque en algún momento perdieron la gracia del señor del poder en turno.
Desconozco, esclaro, si los dirigentes de la CNTE, Núñez y/o Villalobos, sean responsables de los hechos quela Procuraduría General de la República (PGR), tan eficaz en este caso, les imputa, pero es un hecho claro y evidente que sus arrestos no habrían procedido ni menos ejecutado si ambos dirigentes fueran parte del “establishment” o la nomenklatura mexicana. Así estamos todavía en México y es muy lamentable la sola sospecha. O como suele decirse entre los mexicanos “qué casualidad”.
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