“Ideología: ¡Qué palabra tan anacrónica!” Dijeran los políticos de la nueva era. “Son cadenas que atan de manos la pléyade de posibilidades”, dijeran otros más cínicos que se autodenominan “pragmáticos”. Esa es la condición de la clase política de nuestros
tiempos. Ese es el lamentable estado de quienes tienen la altísima responsabilidad de encabezar las instituciones de la República.
Sin ideología, sin principios y sin convicciones, el ejercicio de la función pública deja de tener sentido, deja de ser valiosa y –sobre todo– se vuelve peligrosa para la sociedad. El poder del estado, en manos de personas sin escrúpulos, ambiciosas y sin bases, principios o valores, es una escopeta cargada en manos de un sociópata.
Desgraciadamente, el panorama no parece tener visos de cambio. Aún y cuando hay quienes se autoproclaman “la materialización de la autoridad moral”, lo único cierto es que no son más que mercenarios de la política; cínicos acomodaticios que buscan el poder para saciar sus funestos apetitos de notoriedad. Mientras tanto, la acción de gobernar se queda pendiente para otros tiempos o cuando las emergencias los alcancen y los obliguen a asumir a cabalidad sus funciones.
Está es nuestra realidad política, donde ya las ideas dejaron de ser importantes para ejercer la función pública. Sólo importa la imagen y el dinero invertido. La preparación para ello puede –o no– existir pues, a criterio de las nuevas huestes, basta el título para proclamarse experto y conocedor en cualquier tema vinculado con el ejercicio del poder, la gobernanza o la administración pública. El cargo crea inteligencia de la nada para volver genios a los muebles.
En esta lógica, no extrañan los movimientos ni los ungimientos venideros. No importa si militaron en la izquierda más radical o en alguno de los movimientos originados desde los más rancios conservadurismos; ya dejó de ser trascendente si fueron guerrilleros, o altos directivos en la banca transnacional, igual pueden hacerse cargo de los procesos más complejos de la administración pública, la hacienda nacional o un conflicto diplomático.
Las etiquetas de las ideologías permitían conocer hacia donde dirigirían las políticas públicas o el tipo de ejercicio gubernamental que se llevaría a cabo. Hoy pareciera más que seguro que el actuar gubernamental estará dirigido por las políticas emanadas de los organismos de comercio y financiamiento mundial. ¡Total! Es más fácil aceptar las instrucciones de los “jefes internacionales” que asumir, con responsabilidad, las funciones gubernamentales y aportar talento, inteligencia e ingenio para bien de todos.
@AndresAguileraM.