A mi amigo Víctor Manuel Méndez Marta. Esta semana, las páginas de los diarios, las planas en los portales y las referencias noticiosas, se vuelcan en torno a diversos temas como: la destitución del Fiscal Electoral; las secuelas de la renuncia del Procurador General de la República; los gastos excesivos de campaña en Coahuila y
sus vaivenes en las instituciones electorales; la corrupción rampante que no parece tener fin; al tiempo que a nivel internacional los ojos están puestas en las negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la incontinencia twittera del presidente estadounidense, al tiempo que se desatan escándalos sexuales entre personalidades de Hollywood. Todo esto, en un contexto de incertidumbre y efervescencia de la jornada electoral del año entrante, donde se disputará la Presidencia de la República. Así, los medios encargados de difundir noticias se mantienen en las esferas “macro” mientras que los problemas reales de la gente han dejado de ser noticia y, por tanto, de interés de la sociedad. Ryskard Kapuscinski, conocido como el “Último Reportero”, en su obra “Los cínicos no sirven para este oficio”, precisaba que para poder escribir de alguien —o de algo— había que compartir, siquiera, un tramo de vida con ese “alguien” o haber vivido ese “algo”; es decir, conocer de lo que se escribe, más allá del simple ejercicio de gabinete o de elucubrar y conjuntar palabras en un frío escritorio. Hoy por hoy, pareciera que el periodismo y los reporteros, han dejado de lado esa esencia que Kapuscinski pretendió fomentar en quienes tomaron sus talleres en la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, en donde conminaba a sus alumnos a caminar las calles, escuchar a la gente —a esos que viven día con día la cotidianidad—; a conocer y compenetrarse en los temas que abordan o investigan. Pareciera que sólo se atendiera a las fuentes oficiales, a conocer las opiniones de quienes ejercen el poder político, o tienen actividades de notoriedad social, a fin de difundirlas y, de cierta manera, editorializarlas para generar cierta percepción —políticamente correcta— que, a la postre, se vuelve más sólida que la propia verdad, aún y cuando éstas carezcan de solidez, confirmación o fundamento. Lastimosamente pareciera que las noticias se han vuelto un mero negocio y han dejado de cumplir su función social. Las grandes empresas de la difusión, provocan que sus reporteros estén a la caza de noticias estridentes, indignantes e impactantes, amén de lograr mayores niveles de audiencia y, en consecuencia, lograr obtener mayores utilidades económicas, dejando de lado la atención de sucesos que afectan, recurrentemente a la sociedad. La falta de alumbrado público; las circunstancias de los mercados públicos; la ausencia de banquetas; el burocratismo en torno al establecimiento de micro negocios; el día a día de un oficial de tránsito en un crucero; la carencia de lugares de estacionamiento; las condiciones del transporte público y, en fin, diversas condiciones, parte de la realidad de millones de personas “de a pie” que, por lo focalizado de su ocurrencia, han dejado de ser temas de relevancia para difusión masiva. La función de informar es, precisamente, eso: dar a conocer hechos y sucesos que impactan a la sociedad. No solamente escándalos y estridencias, también dar a conocer lo que ocurre con los individuos que caminan las calles, viven las ciudades, poblados y comunidades. @AndresAguileraM