Durante los primeros años del siglo XX, la diferencia ideológica de los partidos políticos estribaba, principalmente, en postulados locales que enfatizaban
visiones particulares en torno a las virtudes del país, de quienes lo habitan, su cultura, tradiciones e historia, pero se diferenciaban entre liberales y conservadores.
Conforme fueron desenvolviéndose los hechos históricos, fueron cobrando más auge las teorías socialistas-comunistas, apareciendo —de forma clandestina— partidos con esta ideología que, en su mayoría, promovían la revolución armada como mecanismo para la transformación política. En contraposición, los partidos ultraconservadores también iniciaron su proceso de radicalización dando pie a los fundamentalismos de derecha e izquierda.
Así y tras la postguerra, el bum del Estado de Bienestar y su confrontación con la visión socialista tras la cortina de hierro, la ideología formó partidos; los distinguía entre sí; su visión política era la que los hacía atractivos o despreciables; en fin, la política tenía propósito y finalidad valiosas. La economía —como ciencia— buscaba ser un instrumento socialmente útil. La política era parte de la vida de las sociedades, pues la gente se sentía parte de los procesos gubernamentales. Su opinión era considerada para la toma de decisiones, pues sufragaban debido a la ideología, postulados y propuestas. La democracia moderna encontraba su apogeo en las generaciones nacidas en las décadas de los 40’s, 50’s, 60’s, donde existían sentimiento de comunidad, valores y arraigo nacionales.
Al concluir la guerra fría y habiendo atestiguado el mundo la farsa de los regímenes socialistas, la política se unificó y dejó de ser tema de interés general. Ahora los postulados únicos fueron la democracia, la libertad y los individualismos. Los deseos de igualdad económica, postulados por el fallido y defenestrado socialismo, habían quedado rebasados por las nuevas doctrinas que emergían de las universidades norteamericanas y europeas. El mundo comenzaba a cambiar hacia la unipolaridad política.
A partir de ese momento, las cuestiones de estado parecieran haber dejado de ser de interés de las personas, junto con el sentimiento de comunidad, todo al tiempo que los nacionalismos —bien entendidos— dejaron de tener valor para la gente. La difusión de propaganda, disfrazada en películas y series producidas desde los Estados Unidos, comenzó a exaltar el individualismo y el mercantilismo como reflejo de la felicidad. Lo banal y superficial se apreciaba, al tiempo que los valores padecieron de una fuerte devaluación.
El nuevo apostolado se resume en una frase: vales por lo que tienes. La felicidad se asimiló al acaparamiento de riquezas económicas; se proscribió y hasta satanizó cualquier intentona de hacer comunidad. La solidaridad se volvió un slogan televisivo y la frivolidad alcanzó y se apoderó de los altos puestos de los gobiernos del orbe. Los excesos marcaron las administraciones, así como los magros o nulos resultados en la generación de condiciones de bienestar para la gente, junto con el incremento de la pobreza en las naciones. El gobierno y la clase política, antes producto de la democracia en instrumento del Estado para la generación de bienestar, se había transformado en una nueva oligarquía, lejana a la realidad de quienes debieran servir. El desencanto surge como respuesta ante la ineptitud gubernamental y el alejamiento social.
@AndresAguileraM