Así las cosas, políticamente hablando, la segunda década del siglo XXI ha estado marcada por la apatía y la molestia de las sociedades. El desencanto para con la
política y los políticos es cada vez mayor. La gente no oculta su enojo y, mucho menos, cuando vemos que las condiciones de bienestar en el orbe van de mal a peor. La pobreza crece de forma exponencial. El hambre sigue apareciendo como plaga que acaba con grandes grupos poblacionales, mientras grandes consorcios transnacionales incrementan su poder e influencia, al ser patrocinadores de clases políticas que, con tal de saciar sus ambiciones egoístas, ceden los mandatos otorgados por la gente y ceden el mando del poder del Estado.
En este escenario de desolación política, aparece un movimiento que, si bien no es orquestado u organizado en torno a alguna cuestión ideológica, si tiene vinculación a una proclama única: el fin del “sistema” o “antisistema”, que estriba principalmente en apoyar cualquier movimiento que sea distinto, ajeno o contrario con el estatus quo prevaleciente. Sí, efectivamente, la gente comienza a apoyar a todo aquello que hable fuerte en contra del gobierno tradicional; que critique —con o sin razón o sustento— todas las acciones que realizan tanto el gobierno como quienes tienen el control económico, político o militar de las naciones y se muestre —quizá como estrategia de mercadotecnia política— afín y empático con las clases más depauperadas de sus naciones.
De este modo, el mundo ha comenzado a atestiguar, primero con incredulidad, después con asomo y ahora con temor, el ascenso de una nueva clase gobernante que llegó al poder producto de la inconformidad, el desencanto y el enojo. Que lejos de la tradicional propuesta ideológica o programa de acción gubernamental, arribó a las oficinas gubernamentales sostenido, principalmente, de un discurso incongruente, desparpajado, inconsistente y colmado de epítetos que sólo son reflejo de la molestia y el enojo sociales que, desencantadas, primero de la política y lo gubernamental y del propio sistema democrático, abren peligrosamente las puertas a oligarcas megalómanos, sedientos de poder y habidos de imponer su visión por encima de la voluntad popular o el deseo y bienestar de las mayorías.
La terrible realidad del orbe es que los sistemas políticos prevalecientes, dejaron de ser instrumentos útiles para conducir a los Estados modernos hacia el bienestar de las personas que los conforman. Peligrosamente, el enojo y la ira se volvieron elementos vinculantes de complejos sociales que se sintieron abandonados y no representados por quienes tenían la obligación de cumplir con la dirección y encausamiento de las instituciones gubernamentales.
Hoy, tras décadas de excesos y abusos de clases políticas indolentes, cínicas y profundamente corruptas, la mayoría de la gente, olvidada y desatendida, le dio la espalda tanto a los regímenes tradicionales como al apostolado capitalista, para dar pauta a personajes irredentos, irresponsables, antagónicos y desprovistos de preparación gubernamental, que han tomado el control de los gobiernos y los encausan, peligrosamente, a destinos inciertos, que pudieran asemejarse más a regímenes autoritarios con grandes semejanzas a las dictaduras que, en aras del fortalecimiento de la estructura estatal, dejaban de lado tanto la libertad como la dignidad humana.
@AndresAguileraM