Mientras asesto los teclazos que dan forma a esta colaboración, quisiera
expresarles mi más sincera disculpa, tanto a quienes me brindan el favor de su lectura como para los editores de este portal, por la inconsistencia en las últimas entregas, pues he estado inmerso en uno de los procesos legislativos más interesantes en los que he tenido la valiosa oportunidad de participar: la elección de una Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación por el Senado de la República.
Más allá de la polémica suscitada por los perfiles y las personalidades que fueron propuestas por el Ejecutivo Federal, tema que abordaré —quizá— con posterioridad, lo cierto es que es un procedimiento en el que se vive intensamente la condición democrática del país, pues —pese a lo que pudiera parecer— las determinaciones de esta naturaleza atraviesan por un tamiz sumamente peculiar que dista mucho de la percepción popular.
La vida parlamentaria en México es sumamente rica. Independientemente de las conformaciones, mayorías, minorías, coaliciones y alianzas momentáneas, la realidad es que en las cámaras se vive, intensamente, la política del país. No hay decisión que se adopte por el cuerpo colegiado, que no traiga consigo una intensa negociación que tiene como punto de partida el interior de los grupos parlamentarios. Los legisladores, todos electos por el voto de la gente, ya sea por el principio de mayoría relativa o representación proporcional, tienen la obligación de cuestionar, por su ideología, principios o disciplina partidaria, aquello que les es sujeto a su consideración. Ya sea un punto de acuerdo, extrañamiento o iniciativa, todo pasa por el tamiz y revisión de cada uno de los representantes populares.
Lejos de lo que pudiera parecer, toda decisión requiere consenso, máxime aquellas que exigen votación calificada. Se debe convencer para que puedan transitar. No basta la petición del líder político, la labor del cabildeo es intensa para lograr convencimiento y, consecuentemente, el voto favorable.
La disciplina partidaria juega un papel importante, sobre todo en aquellos institutos políticos en los que, tradicionalmente, siempre se ha observado una estructura vertical. Ahí la labor de convencimiento implica estrategias complejas, en las que llegan a intervenir personajes externos al claustro legislativo, pero con influencia para convencer a los órganos decisorios de sus partidos.
En este vaivén de diálogos y discusiones —en ocasiones acaloradas— se desarrolla la vida política de México. No es sencillo pues saber dialogar, negociar y convencer son artes que pocos logran ejercer con maestría y reconocimiento. En muchos casos, son habilidades producto de la experiencia, en otros son artes innatas Los líderes parlamentarios son hábiles negociadores, cuya destreza permite alcanzar acuerdos que se materializan en leyes consensuadas, siempre tomando como punto de partida las coincidencias para ir zanjando las diferencias.
La vida parlamentaria es interesante y llega a ser sumamente apasionante. Vale la pena conocer sus entretelones hace que se valore más de lo que se percibe a simple vista.
@AndresAguileraM